ADELANTO AFLAME (PROLOGO Y
1º CAPITULO) - SERIE FALL AWAY, PENELOPE DOUGLAS
Prólogo
Tate
Hace cuatro años
―Jared Trent― Lo regañé―. Si me llego a meter en problemas por primera vez en mi vida tres semanas antes de graduarme de la secundaria, le voy a decir a mi padre que fue tu culpa.
Tate
Hace cuatro años
―Jared Trent― Lo regañé―. Si me llego a meter en problemas por primera vez en mi vida tres semanas antes de graduarme de la secundaria, le voy a decir a mi padre que fue tu culpa.
Casi corría detrás de él a
medida que me arrastraba a través del oscuro corredor de la escuela. La música
del baile parecía como un zumbido subterráneo a nuestro alrededor.
―Tu padre cree que hay que
hacerse cargo de lo que uno hace, Tate― señaló y yo percibía el humor en su
tono―. Vamos― Me apretó la mano―. Apurémonos.
Me tropecé en las escaleras a medida que me llevaba al segundo piso. Mi elegante vestido azul, largo hasta el suelo, acariciaba mis piernas. Casi era medianoche, y nuestro baile, en el piso de abajo, no parecía importarle a mi novio. No es que yo hubiera pensado que sí lo haría.
A veces pensaba que él simplemente soportaba las actividades sociales ideando un plan de qué me haría cuando finalmente estuviéramos solos. Jared Trent tenía unas pocas personas de su preferencia en el mundo, y si no estabas en ese grupo, entonces apenas recibías atención. Si no podía estar conmigo, solo toleraba estar con su hermano, Jax, y nuestro mejor amigo, Madoc Caruthers
Él odiaba los bailes, odiaba bailar, y detestaba las monótonas charlas triviales. Y en tanto su actitud general era alejar a la gente, esto solo los alentaba a querer conocerlo mejor. Para su deleite, por supuesto.
Pero lo toleraba. Todo por mí. Y lo hacía con una sonrisa. Le encantaba hacerme feliz.
Trotaba para igualar su ritmo y sostenía su brazo con mis dos manos mientras lo seguía. Abrió la puerta de un aula y la sostuvo esperando que entrara. Fruncí el ceño, preguntándome qué se proponía. Pero de todas maneras me apuré y entré, con miedo de que alguien nos atrapara. Después de todo, no deberíamos estar vagando alrededor de la escuela.
Ya dentro del aula vacía, me di vuelta mientras él me seguía y cerraba la puerta.
―¿El aula de Penley? ―le recordé. No habíamos ni pisado esta aula desde el semestre pasado.
Sus ojos marrones como el chocolate me miraron traviesamente antes de contestarme
―Sí.
Caminaba por el pasillo entre dos filas de escritorios vacíos, sintiéndolo mirarme.
―Donde nos odiábamos― Le recordé con voz burlona.
― Sí.
Rocé con los dedos un escritorio de madera.
―Donde comenzamos a enamorarnos― Seguí bromeando con él.
―Sí― Su suave susurro se sintió como una manta cálida sobre mi piel.
Sonreí para mí misma mientras recordaba
―Donde yo era tu norte.
Me tropecé en las escaleras a medida que me llevaba al segundo piso. Mi elegante vestido azul, largo hasta el suelo, acariciaba mis piernas. Casi era medianoche, y nuestro baile, en el piso de abajo, no parecía importarle a mi novio. No es que yo hubiera pensado que sí lo haría.
A veces pensaba que él simplemente soportaba las actividades sociales ideando un plan de qué me haría cuando finalmente estuviéramos solos. Jared Trent tenía unas pocas personas de su preferencia en el mundo, y si no estabas en ese grupo, entonces apenas recibías atención. Si no podía estar conmigo, solo toleraba estar con su hermano, Jax, y nuestro mejor amigo, Madoc Caruthers
Él odiaba los bailes, odiaba bailar, y detestaba las monótonas charlas triviales. Y en tanto su actitud general era alejar a la gente, esto solo los alentaba a querer conocerlo mejor. Para su deleite, por supuesto.
Pero lo toleraba. Todo por mí. Y lo hacía con una sonrisa. Le encantaba hacerme feliz.
Trotaba para igualar su ritmo y sostenía su brazo con mis dos manos mientras lo seguía. Abrió la puerta de un aula y la sostuvo esperando que entrara. Fruncí el ceño, preguntándome qué se proponía. Pero de todas maneras me apuré y entré, con miedo de que alguien nos atrapara. Después de todo, no deberíamos estar vagando alrededor de la escuela.
Ya dentro del aula vacía, me di vuelta mientras él me seguía y cerraba la puerta.
―¿El aula de Penley? ―le recordé. No habíamos ni pisado esta aula desde el semestre pasado.
Sus ojos marrones como el chocolate me miraron traviesamente antes de contestarme
―Sí.
Caminaba por el pasillo entre dos filas de escritorios vacíos, sintiéndolo mirarme.
―Donde nos odiábamos― Le recordé con voz burlona.
― Sí.
Rocé con los dedos un escritorio de madera.
―Donde comenzamos a enamorarnos― Seguí bromeando con él.
―Sí― Su suave susurro se sintió como una manta cálida sobre mi piel.
Sonreí para mí misma mientras recordaba
―Donde yo era tu norte.
Elizabeth Penley era nuestra profesora de literatura. Ambos la habíamos tenido
en muchas clases pero solo una los dos juntos: Tópicos del cine y la
literatura, el otoño pasado.
Cuando Jared y yo éramos
enemigos.
La profesora nos había dado una tarea en la cual teníamos que encontrar compañeros para cada punto cardinal. Jared terminó siendo mi “norte”.
La profesora nos había dado una tarea en la cual teníamos que encontrar compañeros para cada punto cardinal. Jared terminó siendo mi “norte”.
A regañadientes.
Mis tacones de tira
plateados, que combinaban con las joyas también plateadas de mi vestido de
espalda descubierta, hacían ruido en el piso mientras me giraba para verlo
todavía de pie en la puerta.
Su expresión estoica no
escondía su veta peligrosa. De repente sentí la urgencia de subirme encima de
él como quien trepa un árbol.
Sabía que odiaba los trajes,
pero, honestamente, se veía como el mejor demonio vestido así como estaba. Sus
pantalones negros hechos a medida cubrían sus piernas y acentuaban su cintura
estrecha. La camisa negra no era ajustada, pero tampoco ocultaba su
cuerpo. Y la chaqueta y corbata negra completaban su estilo de una manera que
emanaba poder y sexo, como siempre.
En estos ocho meses desde
que nos juntamos, me convertí en una experta en tragar saliva antes de que se
me cayera.
Por suerte, él me estaba
mirando de la misma manera.
Se apoyó en la puerta. Su chaqueta se salió de su cintura en el momento en que metía las manos en los bolsillos y me miraba con gran interés. Su cabello castaño oscuro se asentaba en su frente en un caos elegante como una sombra cerniéndose justo por encima de sus ojos.
Se apoyó en la puerta. Su chaqueta se salió de su cintura en el momento en que metía las manos en los bolsillos y me miraba con gran interés. Su cabello castaño oscuro se asentaba en su frente en un caos elegante como una sombra cerniéndose justo por encima de sus ojos.
―¿En qué piensas? ― Le
pregunté ya que solamente seguía ahí de pie.
―En lo mucho que extraño
verte entrar en esta sala― Me contestó mirándome de arriba abajo.
Me alegré ya que sabía
exactamente de lo que estaba hablando. Había disfrutado burlarme de él cuando
sabía que me estaba mirando.
―Y ―Continuó―. Voy a
extrañar cómo levantabas tu mano todo el tiempo como una ñoña para responder
las preguntas.
Jadeé e hice una mueca
enojada ― ¿Ñoña? ―Repetí. Puse las manos en mi cintura y fruncí los labios
para esconder mi sonrisa.
Sonrió y siguió bromeando ―Y
también cómo te acercabas, casi acurrucada, al escritorio cuando estabas concentrándote
en un examen, y como mordías tus lápices cuando estabas nerviosa.
Miré al costado, al
escritorio donde se sentaba él detrás de mí.
Continuó, dándose impulso
contra la puerta y acercándose hacia mí ―También voy a extrañar cómo te
sonrojabas cuando te susurraba cosas al oído en el momento en que Penley nos
daba la espalda― Inclinó la cabeza hacia el costado y lo miré mientras se
acercaba.
Sentí escalofríos por los
brazos mientras recordaba cómo Jared se inclinaba en su escritorio, haciéndome
cosquillas en el oído con sus eróticas promesas. Cerré los ojos, sintiendo su
pecho rozando el mío.
―Voy a extrañar sentarme a
medio metro― susurró―. Sin que nadie fuera consciente de que aquella mañana
entré a escondidas en tu cuarto para hacerte cosas.
Contuve la respiración, sintiendo su frente bajando contra la mía.
Continuó ―Voy a extrañar la tortura de desearte en medio de la clase y no poder tenerte. Voy a extrañarnos a nosotros en esta aula, Tate.
Contuve la respiración, sintiendo su frente bajando contra la mía.
Continuó ―Voy a extrañar la tortura de desearte en medio de la clase y no poder tenerte. Voy a extrañarnos a nosotros en esta aula, Tate.
Yo también
La atracción siempre estaba
ahí entre nosotros. Inclusive en una clase llena de gente, llena de ruido y
distracción, siempre había una cuerda invisible conectándonos.
Me tocaba inclusive cuando
ni siquiera podía alcanzarme. Me susurraba al oído a 6 metros de distancia. Y
siempre podía sentir sus labios, incluso cuando estábamos separados.
Sonreí y abrí los ojos, sus
labios ahora estaban a dos centímetros de los míos ― A pesar de que te sentabas
detrás de mí, siempre podía sentir tus ojos, Jared.
Incluso cuando actuabas como
si me odiaras, te sentía mirarme.
―Nunca te odié.
―Nunca te odié.
―Lo sé― Asentí suavemente,
poniendo mis brazos alrededor de su cintura.
Durante los tres años que habíamos sido enemigos parecían intolerables. Ahora, solo estaba feliz de que ya todo hubiera terminado.
Durante los tres años que habíamos sido enemigos parecían intolerables. Ahora, solo estaba feliz de que ya todo hubiera terminado.
Estaba agradecida de que estuviéramos
aquí. Juntos.
Pero nunca recordaría la
escuela secundaria como una experiencia divertida, y sabía que él se era
bastante culpable por eso.
Durante toda su vida, Jared
había sufrido del abandono y la soledad. De su horrible padre y su madre alcohólica.
De los vecinos que ignoraban lo que sucedía y de los docentes que se hacían los
que no sabían nada.
El verano anterior a su
primer año, los padres que deberían haberlo protegido, en su lugar lo
lastimaron más profundo de lo que podría tener solución. Su padre que lo
agredía físicamente, dejó cicatrices permanentes y su madre nunca pudo
ayudarlo.
Así que Jared decidió que estar solo era lo mejor. Y dejó a todos afuera.
Pero conmigo fue incluso más lejos. Mucho más, de hecho. Buscaba venganza.
Yo era su mejor amiga en esa época, pero pensó que yo también lo había abandonado. Fue la gota que rebalsó el vaso, un vaso lleno de muchas cosas malas en muy poco tiempo. Y Jared no podía ser olvidado. No lo permitiría.
Yo era la única a quien él podía tratar mal para sentir que tenía el control nuevamente. Y así, me convertí en su presa. Durante toda la escuela sufrí por su culpa.
Hasta el agosto pasado, cuando volví después de un año en el exterior.
Cuando Jared me provocaba, yo le empecé a contestar. El mundo se dio vuelta para los dos. Y, después de mucha más mierda de la que me gustaría recordar, pudimos reencontrarnos.
Así que Jared decidió que estar solo era lo mejor. Y dejó a todos afuera.
Pero conmigo fue incluso más lejos. Mucho más, de hecho. Buscaba venganza.
Yo era su mejor amiga en esa época, pero pensó que yo también lo había abandonado. Fue la gota que rebalsó el vaso, un vaso lleno de muchas cosas malas en muy poco tiempo. Y Jared no podía ser olvidado. No lo permitiría.
Yo era la única a quien él podía tratar mal para sentir que tenía el control nuevamente. Y así, me convertí en su presa. Durante toda la escuela sufrí por su culpa.
Hasta el agosto pasado, cuando volví después de un año en el exterior.
Cuando Jared me provocaba, yo le empecé a contestar. El mundo se dio vuelta para los dos. Y, después de mucha más mierda de la que me gustaría recordar, pudimos reencontrarnos.
―Tenemos un montón de buenos
recuerdos en esta sala― Levanté mi cabeza y lo miré―. Pero hay un lugar en el
que no.
Me salí de sus brazos y
caminé hacia la puerta, agachándome para sacarme los tacones. ―Vamos― lo incité
mirando hacia atrás con una sonrisa.
Abriendo la puerta, salí
como una flecha hacia pasillo y, sin advertencia, salí corriendo.
― ¡Tate! ― Lo oí gritar y giré, trotando hacia atrás mientras lo veía salir de la puerta del aula. Tenía el ceño fruncido de lo confundido que estaba mientras me miraba.
Me mordí el labio inferior para reprimir la risa antes de girar rápidamente y correr nuevamente por el pasillo.
― ¡Tate! ― Lo oí gritar y giré, trotando hacia atrás mientras lo veía salir de la puerta del aula. Tenía el ceño fruncido de lo confundido que estaba mientras me miraba.
Me mordí el labio inferior para reprimir la risa antes de girar rápidamente y correr nuevamente por el pasillo.
―¡Tate! ― Me llamó de
nuevo―. ¡Eres corredora! Es una ventaja muy injusta.
Me reí. Sentía la emoción dándole energía a mis brazos y piernas mientras me levantaba el vestido y saltaba de dos en dos las escaleras, corriendo todo el pasillo hacia el departamento de atletismo.
Me reí. Sentía la emoción dándole energía a mis brazos y piernas mientras me levantaba el vestido y saltaba de dos en dos las escaleras, corriendo todo el pasillo hacia el departamento de atletismo.
Podía escuchar los golpes
que hacía su gran cuerpo alcanzándome. Estaba saltando las escaleras, y chillé
de vértigo a medida que abría la puerta del vestuario y me alejaba de él que
cada vez avanzaba más.
Apurándome hacia la tercera fila de casilleros, me desplomé contra las pequeñas puertas de metal. Mi respiración pesada estiraba el busto de mi vestido al mismo tiempo en que dejaba caer mis zapatos.
Apurándome hacia la tercera fila de casilleros, me desplomé contra las pequeñas puertas de metal. Mi respiración pesada estiraba el busto de mi vestido al mismo tiempo en que dejaba caer mis zapatos.
Había dejando mi gran cabellera rubia suelta, aunque hice que mi mejor amiga K.C. me lo secara y arreglara para que quedaran unos rizos flojos. Dado el esfuerzo, tuve la tentación de empujarlo fuera de mi cara, pero a Jared le encantaba mi pelo suelto y quería volverlo salvaje esta noche.
La puerta del vestuario se abrió, cerré mis manos haciendo puños mientras lo oía acercarse.
Sus suaves pasos giraron en
la esquina como si supiera exactamente dónde encontrarme
―¿El vestuario de mujeres?―
Me preguntó mostrándose completamente incómodo.
Sabía que le daría
vergüenza, pero ésta no se la iba a dejar pasar.
Respiré profundamente ―La última vez que estuvimos aquí...
Respiré profundamente ―La última vez que estuvimos aquí...
―No quiero recordar lo que
pasó la última vez que estuvimos aquí― Me interrumpió, negando con la cabeza.
Pero comencé de nuevo a la
fuerza ―La última vez que estuvimos aquí― Enfaticé―, me amenazaste y trataste
de intimidarme― Le dije a medida que me acercaba y tomaba su mano, llevándolo
nuevamente al lugar contra los casilleros en el que habíamos peleado el
otoño pasado. Me incliné hacia atrás, tomé su cintura y lo acerqué a mí para
que se cerniera sobre mí―. Invadiste mi espacio y te cerniste sobre mí
exactamente así― le susurré ―Y me avergonzaste enfrente de toda la escuela ¿Te
acuerdas?
Le dije todo. No podíamos tener miedo de hablar al respecto. Deberíamos reírnos porque ya había llorando demasiado. Enfrentaríamos nuestros miedos y lo superaríamos.
―Eras cruel conmigo― lo presioné.
Había venido justo después de que me hubiera duchado, había sacado a mis compañeros de la sala y lanzó un par de amenazas mientras que yo estaba ahí de pie, usando nada más que mi toalla. Luego, unos estudiantes vinieron y nos tomaron fotografías en las cuales no pasaba nada, pero estando casi desnuda con un chico en el vestuario no se veía tan bien para aquellos en la escuela que vieron las fotos.
Los ojos de Jared, que ahora eran siempre suaves conmigo, siempre cercanos, se veían enojados. Alcancé las solapas de su chaqueta y fundí mi cuerpo con el suyo, queriendo crear un buen recuerdo en este lugar.
Acercó su cara a la mía y mi respiración se volvió irregular mientras sentía sus dedos deslizándose por el interior de mi muslo, levantando mi vestido cada vez más y más.
―Así que volvemos a donde empezamos― me susurró contra los labios―. ¿Vas a golpearme ahora, como me merezco?
La diversión se asomaba y podía sentir las esquinas de mis labios levantarse en una sonrisa.
Me alejé y salté al banco del centro detrás de él, y lo miré, encantada con su cara sorprendida mientras que se volteaba. Con ambas manos en los casilleros, ahora detrás de él, a cada lado de su cabeza, me abalancé, invadiendo su espacio cuando me acerqué.
―Si alguna vez te toco― susurré las mismas palabras que él me dijo hace tantos meses―. Vas a desearlo.
Se rió y sus labios rozaron los míos.
Incliné la cabeza, burlándolo ―¿Es así? ― Le pregunté―. ¿Lo desearías?
Tomó mi cara con sus dos manos y me rogó ―Sí― Y luego tomó mis labios―. ¡Joder, sí!
Y me derretí.
Siempre me derretía.
Le dije todo. No podíamos tener miedo de hablar al respecto. Deberíamos reírnos porque ya había llorando demasiado. Enfrentaríamos nuestros miedos y lo superaríamos.
―Eras cruel conmigo― lo presioné.
Había venido justo después de que me hubiera duchado, había sacado a mis compañeros de la sala y lanzó un par de amenazas mientras que yo estaba ahí de pie, usando nada más que mi toalla. Luego, unos estudiantes vinieron y nos tomaron fotografías en las cuales no pasaba nada, pero estando casi desnuda con un chico en el vestuario no se veía tan bien para aquellos en la escuela que vieron las fotos.
Los ojos de Jared, que ahora eran siempre suaves conmigo, siempre cercanos, se veían enojados. Alcancé las solapas de su chaqueta y fundí mi cuerpo con el suyo, queriendo crear un buen recuerdo en este lugar.
Acercó su cara a la mía y mi respiración se volvió irregular mientras sentía sus dedos deslizándose por el interior de mi muslo, levantando mi vestido cada vez más y más.
―Así que volvemos a donde empezamos― me susurró contra los labios―. ¿Vas a golpearme ahora, como me merezco?
La diversión se asomaba y podía sentir las esquinas de mis labios levantarse en una sonrisa.
Me alejé y salté al banco del centro detrás de él, y lo miré, encantada con su cara sorprendida mientras que se volteaba. Con ambas manos en los casilleros, ahora detrás de él, a cada lado de su cabeza, me abalancé, invadiendo su espacio cuando me acerqué.
―Si alguna vez te toco― susurré las mismas palabras que él me dijo hace tantos meses―. Vas a desearlo.
Se rió y sus labios rozaron los míos.
Incliné la cabeza, burlándolo ―¿Es así? ― Le pregunté―. ¿Lo desearías?
Tomó mi cara con sus dos manos y me rogó ―Sí― Y luego tomó mis labios―. ¡Joder, sí!
Y me derretí.
Siempre me derretía.
Capítulo 1
Jared
Actualidad
Los niños están todos locos.
Locos, completamente locos. Como si no tuvieran ni una neurona. Si no estás explicándoles algo es porque estás reexplicándolo, ya que no escucharon la primera vez. Y ni bien terminaste la explicación, te hacen de nuevo la misma maldita pregunta que estuviste contestando desde hacía veinte minutos.
Y las preguntas ¡Mierda! Las preguntas…
Algunos de estos niños hablan más en un solo día de lo que yo hablé en toda mi vida. Y no te puedes escapar porque te persiguen.
O sea, capta la indirecta…
―¡Jared! Quiero el casco azul. Connor lo uso la ultima vez y es mi turno― El niño rubio de medio metro se quejaba desde la pista mientras todos los otros niños se subían a su auto de karting. Dos filas de seis autos cada una.
Agaché la cabeza e inhale profundamente a medida que agarraba la valla que rodeaba la pista ―No importa el color del casco―Le gruñí con todos los nervios de mi espalda tensos.
El rubiecito (o cómo carajo se llamara) arrugó la cara poniéndose cada vez más rojo
―Pero… ¡No es justo! Él lo uso dos veces y yo…
―Agarra el casco negro― le ordené interrumpiéndolo―. Es el de la suerte ¿Recuerdas?
Frunció el ceño arrugando su nariz llena de pecas ―¿Lo es?
―Sí― Le mentí. El sol de California me pegaba en los hombros cubiertos por mi remera negra―. Lo estabas usando cuando nos caímos del buggy hace tres semanas. Te salvó.
―Pensé que estaba usando el azul.
―Nop. El negro― Le mentí nuevamente. La verdad es que no tenía idea del color que llevaba en el casco.
Debería sentirme mal por mentir, pero no era el caso. Cuando los chicos crecieran, pararía de recurrir a la astucia para lograr que hicieran lo que yo quería. ―Apúrate― le grité escuchando el sonido de los motores de los autos en el aire―. Se van a ir sin ti.
Corrió al otro lado de la valla hacia la repisa donde estaban los cascos y agarró el negro. Miré cómo todos los chicos, de edades que iban de los cinco hasta las ocho, se ponían los cinturones y se levantaban entre si los dedos pulgares. Agarraban el volante con sus brazos tensos y sentí mi sonrisa salir.
Esta parte no era tan mala.
Me crucé de brazos y miré con orgullo cómo arrancaban. Cada niño manejaba su auto con una precisión que mejoraba cada semana que venían. Sus cascos brillaban bajo el sol de principio del verano mientas que los motores circulaban por la curva y se escuchaba el eco en la distancia a medida que aceleraban. Algunos todavía empujaban el acelerador hasta el final durante toda la carrera, pero otros estaban aprendiendo a medir su tiempo y a evaluar el camino por delante. Era difícil tener paciencia cuando solo querías estar adelante toda la carrera. Pero algunos pronto se dieron cuenta de que una buena defensa era la mejor ofensa. No se trataba de solo adelantar al otro auto, sino también de permanecer por delante de los autos que ahora estaban detrás de ti.
Y además de aprender, también se divertían. Si tan solo hubiese existido un lugar así cuando yo tenía esa edad...
Aun así, a los veintidós años, todavía estaba agradecido.
Cuando estos niños entraron por primera vez no sabían casi nada, y ahora manejaban la pista como si fuera una caminata por el parque. Gracias a mí y a los otros voluntarios. Siempre estaban felices de estar aquí, sonrientes y me miraban ansiosos, con expectativa.
Ellos realmente querían estar conmigo.
Por qué carajo, no sabía, pero sí sabía una cosa con seguridad: por mucho que me hubiera quejado o escapado a mi oficina luchando por tener tan solo un poquito más de paciencia, quería, absolutamente, sin lugar a dudas, estar con ellos también. Algunos realmente eran mierdas copadas.
Cuando no viajaba o recorría el circuito, corriendo con mi propio equipo, estaba aquí, ayudando con el programa infantil.
Pero claro que esto no era solo una pista de kartings. También había un garaje y una tienda, y muchísimos conductores con sus novias pasaban el tiempo aquí con sus motos y mierda.
“Something different” de la banda Godsmack sonaba por los altavoces y miré al cielo, al sol que me cegaba.
Probablemente hoy estaría lloviendo en casa. Junio era conocido por sus grandes tormentas eléctricas de verano en Shelburne Falls.
―Ten― me ordenó Pasha golpeándome en pecho con un portapapeles―. Firma éstos.
Lo agarré, frunciéndole el ceño a mi asistente de pelo negro y violeta por debajo de mis gafas de sol mientras escuchaba los autos pasar.
―¿Qué es? ― Saqué la lapicera y miré lo que parecía ser una orden de compra.
Miró a la pista y me contestó ―Una es una orden para las partes de tu moto. Las estoy enviando a Texas. Tu equipo podrá verlo y clasificarlo cuando llegues en agosto.
Bajé mis brazos a los costados ―Eso es en dos meses recién― le grité―. ¿Cómo sabes que esta mierda todavía estará allí cuando llegue?
Austin iba ser mi primera parada cuando volviera a las carreras, después de mi tiempo sabático. Entendía su lógica, no necesitaba todo el equipamiento hasta entonces, pero eran miles de dólares en piezas que cualquiera podría llegar a acceder. Prefería tenerlas conmigo aquí en California que a tres estados de distancia, desprotegidos.
Pero ella solo apenas me miró, se veía como si le hubiera puesto mostaza a sus panqueques.
―Los otros dos son formularios que te envió tu contador por fax― Continuó ignorando cuan desconcertado estaba―. Trámites para establecer el JT Racing― Luego me miró curiosa―. Un poco vanidoso ¿No? Darle a tu negocio tus propias iniciales.
Solo miré de nuevo a los papeles y empecé a firmar ―No son mis iniciales―mascullé―. Y no te pago para opinar sobre todo. Y, ciertamente, no te pago para que me pongas nervioso.
Le entregué el portapapeles y ella lo tomó sonriente ―No. Me pagas para hacerte acordar del cumpleaños de tu mamá― Me devolvió el ataque ―También me pagas para que tu Ipod siempre tenga buena música, para pagar tus cuentas, cuidar tus motos, mantener actualizada tu agenda, reservar tus pasajes aéreos, llenar tu refrigerador con tu comida preferida, y la que más me gusta: llamarte media hora después de que hayas ido a una reunión o fiesta para darte una excusa extrema que te permita decir que tienes que dejar la reunión… porque, odias a la gente ¿No? ― Sonaba engreída y de repente me sentí feliz de no haber tenido una hermana.
No odiaba a la gente.
Bueno, sí. Odiaba a la mayoría.
Continuó ―Organizo cuándo te tienes que cortar el pelo, dirijo este lugar y tu página de Facebook. Ah, por cierto, realmente me encantan las fotos en tetas que te mandan todas esas chicas. También soy la primera persona a la que acudes cuando quieres gritarle a alguien― Puso las manos en su cadera mientras me miraba con los ojos entrecerrados―. Ahora, me olvidé ¿Qué es eso por lo que no me pagas?
Sentí mi pecho inflarse con la respiración contenida y mordí el costado de mi labio hasta que captó la indirecta y se fue. Casi podía oler su sonrisa engreída a medida que volvía a la tienda.
Ella sabía que era invaluable y yo caí en su trampa. Podía tolerar que me hablara descaradamente, tenía razón. Ella también me había tolerado un montón a mí.
Pasha tenía mi edad y era la hija de mi socio de la tienda. Aunque el hombre, Drake Weingarten, era una leyenda de las carreras de motos, prefirió ser un socio silencioso y disfrutar de su jubilación en el salón de billar al final de la calle si estaba en la ciudad. O si no, disfrutaba de su cabaña en Tahoe.
Me gustaba tener esta base de operaciones tan cerca de la acción en Pomona, y descubrí, cuando comencé a pasar el tiempo aquí hace dos años, que realmente me interesaba el programa infantil que este lugar patrocinaba. Cuando me preguntó si me quería asentar y comprar este lugar fue el momento perfecto.
No había nada por lo que volver a casa. Mi vida estaba aquí ahora.
Una mano pequeña y fría se deslizó en la mía y miré hacia abajo a Gianna una niña morena de cara radiante con la que ya estaba bastante encariñado. Sonreí buscando su expresión alegre como siempre, pero en su lugar, solo apretó mi mano y rozó con sus labios mi brazo luciendo tan triste.
―¿Qué sucede, niña? ―Bromeé ―¿A quién tengo que patearle el trasero?
Tomó mi brazo con los suyos y empezó a temblar.
―Lo lamento― balbuceó―. Supongo que llorar es tan de niñas, ¿No? ― Su voz destilaba sarcasmo.
Ay, Dios.
Las mujeres, inclusive las de ocho años, eran complicadas. No querían decir directamente qué es lo que sucedía. Oh, no. No podían hacerlo tan fácil. Tenías que agarrar una pala e ir desenterrándolo de ellas.
Gianna había estado viniendo desde hace un poco más de dos meses, pero recientemente había empezado con el club de carreras. De todos los niños en la clase, era la que prometía más. Se preocupaba por ser perfecta, siempre miraba por encima de sus hombros, y siempre se las ingeniaba para discutir conmigo inclusive antes de saber qué iba a decir yo. Pero Gianna tenía el don.
―¿Por qué no estás en la pista? ―Solté mi brazo de su agarre y me senté en la mesa de picnic para mirarla a los ojos.
Ella solo se quedó mirando al suelo mientras su labio inferior temblaba ―Mi papá dice que ya no puedo formar parte de este programa.
―¿Por qué no?
Cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro y mi corazón se detuvo cuando, al mirar abajo, vi sus zapatillas Converse Chucks rojas iguales a las que Tate usaba cuando la conocí a los diez años.
Miré arriba nuevamente y la vi dudar antes de contestar ―Mi papá dice que hago sentir mal a mi hermano.
Agachándome, puse mi cara de costado para poder estudiarla mejor ―Porque le ganaste a tu hermano en la carrera de la semana pasada― Confirmé.
Asintió.
Por supuesto. Les había ganado a todos la semana pasada y su hermano gemelo abandonó la pista llorando
―Dice que mi hermano no se sentirá lo suficientemente hombre si compito con él.
Resoplé, pero me compuse cuando vi su ceño ―No es gracioso— gimió—. Y no es justo.
Negué moviendo la cabeza y tomé un pañuelo de mi bolsillo trasero ―Ten— le ofrecí para que secara sus lágrimas.
Me aclaré la garganta, me acerqué y le dije en voz baja ―Oye, Tal vez no lo entiendas ahora, pero recuérdalo más tarde ― dije ―Tu hermano tiene toda la vida para hacer cosas y sentirse hombre, pero ese no es tu problema ¿Lo entiendes?
Estaba totalmente inexpresiva, congelada, mientras me escuchaba.
―¿Te gusta correr?— le pregunté
Asintió rápidamente
―¿Estás haciendo algo mal?
Movió la cabeza para negar. Sus dos coletas se balanceaban por sus hombros
―¿Deberías tener miedo de hacer algo que te gusta solo porque eres una ganadora y los demás no pueden soportarlo?
Sus ojos azules, inocentes, finalmente dejaron el suelo y me miraron. Puso la cabeza en alto. Volvió a negar ―No.
―Entonces lleva tu culo de vuelta a la pista― le ordené mirando a los kartings pasar volando―. Vamos, llegas tarde.
Sonrió tan ampliamente que su sonrisa parecía tomar casi la mitad de su cara y salió corriendo hacia la entrada de la valla, completamente ansiosa. Pero de repente se detuvo y giró ―Pero ¿Y mi papá?
―Yo me encargaré de él
Mostro su sonrisa de nuevo y tuve que luchar para contener la mía.
―Ah, y se supone que no debería decirte esto― me burló―. Pero mi mamá cree que estás bueno.
Entonces dio la vuelta y salió corriendo hacia los autos.
Genial.
Exhalé irregularmente antes de mirar hacia las gradas donde se sentaban las mamás. Jax las llamaría “pumas”, asaltacunas, y Madoc las llamaría, punto.
Bueno, antes de que se casara.
Siempre pasaba lo mismo con estas mujeres, y sabía que algunas solo metían a sus hijos al programa solo para poder estar cerca de los conductores que pasaban el tiempo aquí. Aparecían súper producidas, peinadas y maquilladas, generalmente usando tacos y jeans ajustados o faldas cortas… como si yo fuera a agarrar una y llevarla a la oficina mientras su hijo está aquí afuera jugando.
La mitad tenían sus celulares frente a su cara para hacer de cuenta que no estaban haciendo precisamente lo que yo sabía que sí hacían. Gracias a que Pasha no guardaba bien un secreto, sabía que, así como existía gente que se escondía detrás de sus gafas de sol para disimular que te estaban mirando, estas mujeres hacían zoom a la cámara para mirarme más de cerca.
Genial. A partir de entonces hice que parte del trabajo de Pasha fuera no contarme mierda como esa que yo no necesitaba saber.
―¡Jared!― El grito de Pasha sonó por encima de todos los otros ruidos―. ¡Tienes una llamada por Skype!
Incliné mi cabeza al costado, mirándola por encima ¿Skype?
Preguntándome quién carajo quería hablar conmigo por video chat, me levanté y caminé por la cafetería hasta la tienda/garaje, ignorando los débiles susurros y las miradas de costado de la gente que me reconocía. Nadie fuera del mundo de las motocicletas sabía quién era. Pero dentro de él, me estaba volviendo conocido, y tanta atención iba a ser siempre difícil de poder lidiar. Si pudiera hacer mi carrera sin ella, lo haría. Pero las multitudes son parte de las competiciones.
Entrando a la oficina, cerré la puerta y di la vuelta al escritorio mirando la pantalla de mi laptop ―¿Mamá?― le dije a la mujer que era igual a mí en versión femenina.
Menos mal que no me parecía a mi papá.
―Ah…― dijo suavemente―. Así que me recuerdas. Estaba preocupada― Asintió condescendientemente y me incliné al escritorio arqueando una ceja.
―No seas tan dramática― le gruñí.
No podía descifrar dónde estaba por los muebles detrás de ella ya que todo lo que veía era un gran fondo blanco. Así que asumí que estaba en un dormitorio. Su esposo, el padre de mi mejor amigo, Jason Caruthers, era un abogado exitoso y su nuevo apartamento en Chicago era, seguramente, lo mejor que el dinero podía comprar.
Por otra parte, mi madre estaba perfectamente reconocible. Absolutamente hermosa y un ejemplo de que las personas sí aprovechan las segundas oportunidades si se les daba. Se veía sana, alerta y feliz.
―Hablamos semana por medio― Le recordé―. Pero nunca hemos hecho un video chat ¿Qué sucede?
Desde que abandoné la universidad y me fui de casa hace dos años, solo había vuelto una vez. Lo suficiente para darme cuenta de que era un error. No había visto a mis amigos o mi hermano, y a pesar de que mantenía el contacto con mi madre, solo había sido por teléfono o mensajes de texto. Y eso era breve y preciso.
Era mejor de esa manera. Ojos que no ven, corazón que no siente. Y, además, funcionaba, porque cada vez que oía la voz de mi madre o recibía un correo de mi hermano o un mensaje de texto de cualquiera de mi ciudad natal, pensaba en ella.
Tate.
Mi madre se inclinó más cerca de la pantalla, su cabello color chocolate, igual al mío, caía por sus hombros ―Tengo una idea. Empecemos de nuevo― chilló y enderezó su espalda―. Hola, hijo― Sonrió―. ¿Cómo estás? Te extraño ¿Me extrañas?
Me reí nervioso y sacudí mi cabeza ―¡Dios!― Exhalé.
Aparte de Tate, mi mamá era la que más me conocía. No porque hubiéramos pasado juntos mucho tiempo como madre e hijo, si no porque había vivido conmigo el tiempo suficiente para saber que no tomaba mierda sin sentido.
¿Charlas triviales? Sí… no es lo mío.
Dejando caer mi culo en la silla de cuero negro, la tranquilicé ―Estoy bien― dije―. ¿Y tú?
Asintió y me di cuenta de que la felicidad hacía resplandecer su piel ―Bastante ocupada. Están pasando un montón de cosas este verano aquí en casa.
―¿Estás en Shelburne Falls? ― le pregunté. Solía pasar la mayor parte de su tiempo en Chicago con su esposo ¿Por qué estaba de nuevo en nuestra casa?
―Volví ayer. Me quedaré aquí el resto del verano.
Deje caer la mirada vacilando solo por un segundo, pero sabía que mi madre lo había visto. Cuando levante la mirada, me estaba viendo y esperé lo que sabía que vendría a continuación.
Como no dije nada, ella me incitó ―Esta es la parte en que me preguntas por qué me estoy quedando con Madoc y Fallon en vez de estar en la ciudad con mi marido, Jared.
Miré hacia otro lado, tratando de parecer desinteresado. Su esposo era el dueño de la casa en Shelburne Falls, pero se la dio a Madoc cuando se casó. Jason y mi madre todavía se quedaban allí cuando estaban en la ciudad, pero por algún motivo mi madre pensó que me interesaría.
Estaba jugando conmigo. Tratando de intrigarme. Tratando de lograr que preguntara sobre casa.
Quizás no quería saber. O quizás sí…
Hablar con mi hermano estos últimos dos años fue fácil. El sabía que no debía entrometerse y que sería yo quien sacara tema de conversación. Mi madre, por el contrario, era una bomba a punto de estallar. Siempre me preguntaba con qué saldría a continuación.
Ella estaba en Shelburne Falls y eran vacaciones de verano. Todo el mundo debía de estar ahí.
Todo el mundo.
Puse los ojos en blanco y me acosté contra el respaldo de la silla, determinado a no seguirle la corriente ni jugar juegos.
Se rió y la miré.
―Te amo― se rió, cambiando de tema―. Y me pone contenta saber que tu desprecio por las charlas triviales no ha desaparecido.
―¿De veras?
Puso su cabeza en alto, sus ojos brillaban ―Me reconforta saber que algunas cosas nunca cambian.
Apreté con fuerza los dientes, esperando a que la bomba explotara ―Sí, te amo también ― dije distraídamente y me aclaré la garganta―. Bueno, ve al grano ¿Qué sucede?
Golpeó con sus dedos el escritorio enfrente de ella ―No has venido a casa desde hace dos años y me gustaría verte. Eso es todo.
Había vuelto. Una vez. Solo que ella no lo sabía.
―¿Eso es todo? Le pregunté sin creerle ― Si me extrañas tanto, pon tu culo en un avión y ven a verme― bromeé.
―No puedo.
Entrecerré los ojos ―¿Por qué?
―Por esto― Se puso de pie mostrando su estomago muy embarazado.
Mis ojos se abrieron como platos y mi cara cayó mientras me preguntaba qué carajo estaba pasando.
Mierda.
Sentía la vena de mi cuello latir y solo me quedé mirando fijamente su cuerpo lleno de curvas como una pista de ski que iba desde su cuello hasta su cintura y… no podía ser cierto.
¿Embarazada? ¡No estaba embarazada! Yo tenía veintidós años. Mi mamá, como cuarenta.
Vi como ponía sus manos en la espalda ayudándose a sentarse. Lamí mis labios que estaban secos y respiré duro.
―¿Mamá? ― Ni siquiera había pestañado―. ¿Es una broma?
Me miró con compasión. ―Me temo que no― explicó―. Tu hermana vendrá en las próximas tres semanas.
¿Hermana?
―Y quiero que todos sus hermanos estén aquí para saludarla cuando llegué― Terminó.
Miré hacia otro lado, mi corazón estaba bombeando calor a todo mi cuerpo.
¡Mierda! está embarazada ¡Joder!
Dijo hermana
Y todos sus hermanos
―Entonces es una niña― dije más para mí mismo que para ella.
―Sí.
Me rasqué el cuello, agradecido de que mi mamá no me exigiera más charla trivial, así podía procesar esto. No tenía idea ni de qué pensar.
Iba a tener un bebé, y una parte de mí quería saber en qué carajo estaba pensando. Había sido alcohólica durante quince años mientras yo crecía, y en tanto yo sabía que siempre me amó y que después de todo era una buena persona, también sería el primero en pichar su burbuja diciéndole que como madre apestó.
Pero la otra parte de mí sabía que se había recuperado. Se había ganado una segunda oportunidad y luego de estar cinco años sobria supongo que ya estaba lista para esto. También había sido una buena madre adoptiva para mi medio hermano, Jax, cuando vino a vivir con nosotros. Además, tenía un grupo de gente alrededor que la apoyaría.
Uno en el que yo no estaba incluído desde que me había ido.
Su hijastro, Madoc y su esposa, Fallon; Jax y su novia, Juliet; Su esposo, Jason; Su ama de llaves, Addie… Todos menos yo.
Aclaré mis pensamientos y volví a mirar la pantalla ―Dios, mamá. Yo… yo… ―Estaba tartamudeando. No sabía qué decir o qué hacer. Yo no era del tipo sensible o bueno con estas cosas.
―Mamá― Tragué saliva y la miré a los ojos―. Estoy contento por ti. Nunca hubiera pensado…
―¿Que quería más chicos? ― Me interrumpió―. Quiero todos mis chicos, Jared. Te extraño un montón― Admitió― Madoc y Fallon me están cuidando ya que Jason está terminando un caso en la ciudad, y Jax y Juliet son geniales, pero te quiero aquí. Ven a casa. Por favor.
Me aclaré la garganta. Casa.
―Mamá mi agenda está… ―Busqué una excusa ―. Lo intentaré, pero simplemente…
―Tate no está aquí― Me interrumpió, bajando su mirada. Sentí el pulso en mis oídos.
―Si es eso lo que te preocupa ―Me explicó―. Su padre estará en Italia por un par de meses así que ella pasará el verano allí.
Bajé la cabeza, inhalando profundamente.
Tate no está en casa.
Bien. Mi mandíbula se tensó. Eso es bueno. No tendría que lidiar con ello. Podría ir a casa y pasar el tiempo con mi familia y eso sería todo. No tendría que verla.
Odio admitirlo, inclusive a mí mismo, pero tenía miedo de cruzármela. Tanto, que directamente no había ido a casa.
Pasé la palma de mi mano por mi muslo para secar la transpiración que tenía siempre que pensaba en ella. A pesar de que me fui para poder sentirme completo nuevamente, todavía había una parte de mí que parecía que estaría siempre vacía.
La parte que solo ella llenaba.
No podía verla sin desearla. O sin desear odiarla.
―¿Jared? ― Mi mamá seguía hablando y yo mejoré mi expresión.
―Sí― suspiré ―Estoy aquí.
―Escúchame― me ordenó―. Esto no se trata de por qué te has ido. Esto se trata de tu hermana. Eso es todo en lo que quiero que pienses ahora. Perdona que no te lo haya dicho antes, pero…
Sus ojos cayeron y parecía buscar las palabras ―Nunca sé en qué piensas, Jared. Eres tan introvertido y quería poder decírtelo en persona. Pero nunca tienes tiempo para venir y ya he esperado todo lo que podía.
No sé por qué me molestaba que a mi mamá le costara hablarme. Supongo que nunca lo pensé realmente. Pero, ahora que ya lo sacó a la luz, me doy cuenta de que no me gusta ponerla nerviosa.
Inhaló profundamente y me miró, sus ojos se veían amables, pero serios ―Te necesitamos― dijo suavemente―. Madoc va a ser quien juegue con ella a los juguetes. Jax va a ser quien la lleve en los hombros a escalar montañas. Pero tú eres su escudo, Jared. Vas a ser quien se asegure de que nunca nada la lastime. No te lo estoy pidiendo, te estoy avisando. Quinn Caruthers necesita a todos sus hermanos.
No pude evitarlo, sonreí.
Quinn Caruthers. Mi hermana. Ya tenía nombre.
Y claro que estaría allí para ella.
Asentí, respondiéndole.
―Bien― su expresión se relajó―. Jax te envió por correo el pasaje de avión.
Y luego se desconectó.
Jared
Actualidad
Los niños están todos locos.
Locos, completamente locos. Como si no tuvieran ni una neurona. Si no estás explicándoles algo es porque estás reexplicándolo, ya que no escucharon la primera vez. Y ni bien terminaste la explicación, te hacen de nuevo la misma maldita pregunta que estuviste contestando desde hacía veinte minutos.
Y las preguntas ¡Mierda! Las preguntas…
Algunos de estos niños hablan más en un solo día de lo que yo hablé en toda mi vida. Y no te puedes escapar porque te persiguen.
O sea, capta la indirecta…
―¡Jared! Quiero el casco azul. Connor lo uso la ultima vez y es mi turno― El niño rubio de medio metro se quejaba desde la pista mientras todos los otros niños se subían a su auto de karting. Dos filas de seis autos cada una.
Agaché la cabeza e inhale profundamente a medida que agarraba la valla que rodeaba la pista ―No importa el color del casco―Le gruñí con todos los nervios de mi espalda tensos.
El rubiecito (o cómo carajo se llamara) arrugó la cara poniéndose cada vez más rojo
―Pero… ¡No es justo! Él lo uso dos veces y yo…
―Agarra el casco negro― le ordené interrumpiéndolo―. Es el de la suerte ¿Recuerdas?
Frunció el ceño arrugando su nariz llena de pecas ―¿Lo es?
―Sí― Le mentí. El sol de California me pegaba en los hombros cubiertos por mi remera negra―. Lo estabas usando cuando nos caímos del buggy hace tres semanas. Te salvó.
―Pensé que estaba usando el azul.
―Nop. El negro― Le mentí nuevamente. La verdad es que no tenía idea del color que llevaba en el casco.
Debería sentirme mal por mentir, pero no era el caso. Cuando los chicos crecieran, pararía de recurrir a la astucia para lograr que hicieran lo que yo quería. ―Apúrate― le grité escuchando el sonido de los motores de los autos en el aire―. Se van a ir sin ti.
Corrió al otro lado de la valla hacia la repisa donde estaban los cascos y agarró el negro. Miré cómo todos los chicos, de edades que iban de los cinco hasta las ocho, se ponían los cinturones y se levantaban entre si los dedos pulgares. Agarraban el volante con sus brazos tensos y sentí mi sonrisa salir.
Esta parte no era tan mala.
Me crucé de brazos y miré con orgullo cómo arrancaban. Cada niño manejaba su auto con una precisión que mejoraba cada semana que venían. Sus cascos brillaban bajo el sol de principio del verano mientas que los motores circulaban por la curva y se escuchaba el eco en la distancia a medida que aceleraban. Algunos todavía empujaban el acelerador hasta el final durante toda la carrera, pero otros estaban aprendiendo a medir su tiempo y a evaluar el camino por delante. Era difícil tener paciencia cuando solo querías estar adelante toda la carrera. Pero algunos pronto se dieron cuenta de que una buena defensa era la mejor ofensa. No se trataba de solo adelantar al otro auto, sino también de permanecer por delante de los autos que ahora estaban detrás de ti.
Y además de aprender, también se divertían. Si tan solo hubiese existido un lugar así cuando yo tenía esa edad...
Aun así, a los veintidós años, todavía estaba agradecido.
Cuando estos niños entraron por primera vez no sabían casi nada, y ahora manejaban la pista como si fuera una caminata por el parque. Gracias a mí y a los otros voluntarios. Siempre estaban felices de estar aquí, sonrientes y me miraban ansiosos, con expectativa.
Ellos realmente querían estar conmigo.
Por qué carajo, no sabía, pero sí sabía una cosa con seguridad: por mucho que me hubiera quejado o escapado a mi oficina luchando por tener tan solo un poquito más de paciencia, quería, absolutamente, sin lugar a dudas, estar con ellos también. Algunos realmente eran mierdas copadas.
Cuando no viajaba o recorría el circuito, corriendo con mi propio equipo, estaba aquí, ayudando con el programa infantil.
Pero claro que esto no era solo una pista de kartings. También había un garaje y una tienda, y muchísimos conductores con sus novias pasaban el tiempo aquí con sus motos y mierda.
“Something different” de la banda Godsmack sonaba por los altavoces y miré al cielo, al sol que me cegaba.
Probablemente hoy estaría lloviendo en casa. Junio era conocido por sus grandes tormentas eléctricas de verano en Shelburne Falls.
―Ten― me ordenó Pasha golpeándome en pecho con un portapapeles―. Firma éstos.
Lo agarré, frunciéndole el ceño a mi asistente de pelo negro y violeta por debajo de mis gafas de sol mientras escuchaba los autos pasar.
―¿Qué es? ― Saqué la lapicera y miré lo que parecía ser una orden de compra.
Miró a la pista y me contestó ―Una es una orden para las partes de tu moto. Las estoy enviando a Texas. Tu equipo podrá verlo y clasificarlo cuando llegues en agosto.
Bajé mis brazos a los costados ―Eso es en dos meses recién― le grité―. ¿Cómo sabes que esta mierda todavía estará allí cuando llegue?
Austin iba ser mi primera parada cuando volviera a las carreras, después de mi tiempo sabático. Entendía su lógica, no necesitaba todo el equipamiento hasta entonces, pero eran miles de dólares en piezas que cualquiera podría llegar a acceder. Prefería tenerlas conmigo aquí en California que a tres estados de distancia, desprotegidos.
Pero ella solo apenas me miró, se veía como si le hubiera puesto mostaza a sus panqueques.
―Los otros dos son formularios que te envió tu contador por fax― Continuó ignorando cuan desconcertado estaba―. Trámites para establecer el JT Racing― Luego me miró curiosa―. Un poco vanidoso ¿No? Darle a tu negocio tus propias iniciales.
Solo miré de nuevo a los papeles y empecé a firmar ―No son mis iniciales―mascullé―. Y no te pago para opinar sobre todo. Y, ciertamente, no te pago para que me pongas nervioso.
Le entregué el portapapeles y ella lo tomó sonriente ―No. Me pagas para hacerte acordar del cumpleaños de tu mamá― Me devolvió el ataque ―También me pagas para que tu Ipod siempre tenga buena música, para pagar tus cuentas, cuidar tus motos, mantener actualizada tu agenda, reservar tus pasajes aéreos, llenar tu refrigerador con tu comida preferida, y la que más me gusta: llamarte media hora después de que hayas ido a una reunión o fiesta para darte una excusa extrema que te permita decir que tienes que dejar la reunión… porque, odias a la gente ¿No? ― Sonaba engreída y de repente me sentí feliz de no haber tenido una hermana.
No odiaba a la gente.
Bueno, sí. Odiaba a la mayoría.
Continuó ―Organizo cuándo te tienes que cortar el pelo, dirijo este lugar y tu página de Facebook. Ah, por cierto, realmente me encantan las fotos en tetas que te mandan todas esas chicas. También soy la primera persona a la que acudes cuando quieres gritarle a alguien― Puso las manos en su cadera mientras me miraba con los ojos entrecerrados―. Ahora, me olvidé ¿Qué es eso por lo que no me pagas?
Sentí mi pecho inflarse con la respiración contenida y mordí el costado de mi labio hasta que captó la indirecta y se fue. Casi podía oler su sonrisa engreída a medida que volvía a la tienda.
Ella sabía que era invaluable y yo caí en su trampa. Podía tolerar que me hablara descaradamente, tenía razón. Ella también me había tolerado un montón a mí.
Pasha tenía mi edad y era la hija de mi socio de la tienda. Aunque el hombre, Drake Weingarten, era una leyenda de las carreras de motos, prefirió ser un socio silencioso y disfrutar de su jubilación en el salón de billar al final de la calle si estaba en la ciudad. O si no, disfrutaba de su cabaña en Tahoe.
Me gustaba tener esta base de operaciones tan cerca de la acción en Pomona, y descubrí, cuando comencé a pasar el tiempo aquí hace dos años, que realmente me interesaba el programa infantil que este lugar patrocinaba. Cuando me preguntó si me quería asentar y comprar este lugar fue el momento perfecto.
No había nada por lo que volver a casa. Mi vida estaba aquí ahora.
Una mano pequeña y fría se deslizó en la mía y miré hacia abajo a Gianna una niña morena de cara radiante con la que ya estaba bastante encariñado. Sonreí buscando su expresión alegre como siempre, pero en su lugar, solo apretó mi mano y rozó con sus labios mi brazo luciendo tan triste.
―¿Qué sucede, niña? ―Bromeé ―¿A quién tengo que patearle el trasero?
Tomó mi brazo con los suyos y empezó a temblar.
―Lo lamento― balbuceó―. Supongo que llorar es tan de niñas, ¿No? ― Su voz destilaba sarcasmo.
Ay, Dios.
Las mujeres, inclusive las de ocho años, eran complicadas. No querían decir directamente qué es lo que sucedía. Oh, no. No podían hacerlo tan fácil. Tenías que agarrar una pala e ir desenterrándolo de ellas.
Gianna había estado viniendo desde hace un poco más de dos meses, pero recientemente había empezado con el club de carreras. De todos los niños en la clase, era la que prometía más. Se preocupaba por ser perfecta, siempre miraba por encima de sus hombros, y siempre se las ingeniaba para discutir conmigo inclusive antes de saber qué iba a decir yo. Pero Gianna tenía el don.
―¿Por qué no estás en la pista? ―Solté mi brazo de su agarre y me senté en la mesa de picnic para mirarla a los ojos.
Ella solo se quedó mirando al suelo mientras su labio inferior temblaba ―Mi papá dice que ya no puedo formar parte de este programa.
―¿Por qué no?
Cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro y mi corazón se detuvo cuando, al mirar abajo, vi sus zapatillas Converse Chucks rojas iguales a las que Tate usaba cuando la conocí a los diez años.
Miré arriba nuevamente y la vi dudar antes de contestar ―Mi papá dice que hago sentir mal a mi hermano.
Agachándome, puse mi cara de costado para poder estudiarla mejor ―Porque le ganaste a tu hermano en la carrera de la semana pasada― Confirmé.
Asintió.
Por supuesto. Les había ganado a todos la semana pasada y su hermano gemelo abandonó la pista llorando
―Dice que mi hermano no se sentirá lo suficientemente hombre si compito con él.
Resoplé, pero me compuse cuando vi su ceño ―No es gracioso— gimió—. Y no es justo.
Negué moviendo la cabeza y tomé un pañuelo de mi bolsillo trasero ―Ten— le ofrecí para que secara sus lágrimas.
Me aclaré la garganta, me acerqué y le dije en voz baja ―Oye, Tal vez no lo entiendas ahora, pero recuérdalo más tarde ― dije ―Tu hermano tiene toda la vida para hacer cosas y sentirse hombre, pero ese no es tu problema ¿Lo entiendes?
Estaba totalmente inexpresiva, congelada, mientras me escuchaba.
―¿Te gusta correr?— le pregunté
Asintió rápidamente
―¿Estás haciendo algo mal?
Movió la cabeza para negar. Sus dos coletas se balanceaban por sus hombros
―¿Deberías tener miedo de hacer algo que te gusta solo porque eres una ganadora y los demás no pueden soportarlo?
Sus ojos azules, inocentes, finalmente dejaron el suelo y me miraron. Puso la cabeza en alto. Volvió a negar ―No.
―Entonces lleva tu culo de vuelta a la pista― le ordené mirando a los kartings pasar volando―. Vamos, llegas tarde.
Sonrió tan ampliamente que su sonrisa parecía tomar casi la mitad de su cara y salió corriendo hacia la entrada de la valla, completamente ansiosa. Pero de repente se detuvo y giró ―Pero ¿Y mi papá?
―Yo me encargaré de él
Mostro su sonrisa de nuevo y tuve que luchar para contener la mía.
―Ah, y se supone que no debería decirte esto― me burló―. Pero mi mamá cree que estás bueno.
Entonces dio la vuelta y salió corriendo hacia los autos.
Genial.
Exhalé irregularmente antes de mirar hacia las gradas donde se sentaban las mamás. Jax las llamaría “pumas”, asaltacunas, y Madoc las llamaría, punto.
Bueno, antes de que se casara.
Siempre pasaba lo mismo con estas mujeres, y sabía que algunas solo metían a sus hijos al programa solo para poder estar cerca de los conductores que pasaban el tiempo aquí. Aparecían súper producidas, peinadas y maquilladas, generalmente usando tacos y jeans ajustados o faldas cortas… como si yo fuera a agarrar una y llevarla a la oficina mientras su hijo está aquí afuera jugando.
La mitad tenían sus celulares frente a su cara para hacer de cuenta que no estaban haciendo precisamente lo que yo sabía que sí hacían. Gracias a que Pasha no guardaba bien un secreto, sabía que, así como existía gente que se escondía detrás de sus gafas de sol para disimular que te estaban mirando, estas mujeres hacían zoom a la cámara para mirarme más de cerca.
Genial. A partir de entonces hice que parte del trabajo de Pasha fuera no contarme mierda como esa que yo no necesitaba saber.
―¡Jared!― El grito de Pasha sonó por encima de todos los otros ruidos―. ¡Tienes una llamada por Skype!
Incliné mi cabeza al costado, mirándola por encima ¿Skype?
Preguntándome quién carajo quería hablar conmigo por video chat, me levanté y caminé por la cafetería hasta la tienda/garaje, ignorando los débiles susurros y las miradas de costado de la gente que me reconocía. Nadie fuera del mundo de las motocicletas sabía quién era. Pero dentro de él, me estaba volviendo conocido, y tanta atención iba a ser siempre difícil de poder lidiar. Si pudiera hacer mi carrera sin ella, lo haría. Pero las multitudes son parte de las competiciones.
Entrando a la oficina, cerré la puerta y di la vuelta al escritorio mirando la pantalla de mi laptop ―¿Mamá?― le dije a la mujer que era igual a mí en versión femenina.
Menos mal que no me parecía a mi papá.
―Ah…― dijo suavemente―. Así que me recuerdas. Estaba preocupada― Asintió condescendientemente y me incliné al escritorio arqueando una ceja.
―No seas tan dramática― le gruñí.
No podía descifrar dónde estaba por los muebles detrás de ella ya que todo lo que veía era un gran fondo blanco. Así que asumí que estaba en un dormitorio. Su esposo, el padre de mi mejor amigo, Jason Caruthers, era un abogado exitoso y su nuevo apartamento en Chicago era, seguramente, lo mejor que el dinero podía comprar.
Por otra parte, mi madre estaba perfectamente reconocible. Absolutamente hermosa y un ejemplo de que las personas sí aprovechan las segundas oportunidades si se les daba. Se veía sana, alerta y feliz.
―Hablamos semana por medio― Le recordé―. Pero nunca hemos hecho un video chat ¿Qué sucede?
Desde que abandoné la universidad y me fui de casa hace dos años, solo había vuelto una vez. Lo suficiente para darme cuenta de que era un error. No había visto a mis amigos o mi hermano, y a pesar de que mantenía el contacto con mi madre, solo había sido por teléfono o mensajes de texto. Y eso era breve y preciso.
Era mejor de esa manera. Ojos que no ven, corazón que no siente. Y, además, funcionaba, porque cada vez que oía la voz de mi madre o recibía un correo de mi hermano o un mensaje de texto de cualquiera de mi ciudad natal, pensaba en ella.
Tate.
Mi madre se inclinó más cerca de la pantalla, su cabello color chocolate, igual al mío, caía por sus hombros ―Tengo una idea. Empecemos de nuevo― chilló y enderezó su espalda―. Hola, hijo― Sonrió―. ¿Cómo estás? Te extraño ¿Me extrañas?
Me reí nervioso y sacudí mi cabeza ―¡Dios!― Exhalé.
Aparte de Tate, mi mamá era la que más me conocía. No porque hubiéramos pasado juntos mucho tiempo como madre e hijo, si no porque había vivido conmigo el tiempo suficiente para saber que no tomaba mierda sin sentido.
¿Charlas triviales? Sí… no es lo mío.
Dejando caer mi culo en la silla de cuero negro, la tranquilicé ―Estoy bien― dije―. ¿Y tú?
Asintió y me di cuenta de que la felicidad hacía resplandecer su piel ―Bastante ocupada. Están pasando un montón de cosas este verano aquí en casa.
―¿Estás en Shelburne Falls? ― le pregunté. Solía pasar la mayor parte de su tiempo en Chicago con su esposo ¿Por qué estaba de nuevo en nuestra casa?
―Volví ayer. Me quedaré aquí el resto del verano.
Deje caer la mirada vacilando solo por un segundo, pero sabía que mi madre lo había visto. Cuando levante la mirada, me estaba viendo y esperé lo que sabía que vendría a continuación.
Como no dije nada, ella me incitó ―Esta es la parte en que me preguntas por qué me estoy quedando con Madoc y Fallon en vez de estar en la ciudad con mi marido, Jared.
Miré hacia otro lado, tratando de parecer desinteresado. Su esposo era el dueño de la casa en Shelburne Falls, pero se la dio a Madoc cuando se casó. Jason y mi madre todavía se quedaban allí cuando estaban en la ciudad, pero por algún motivo mi madre pensó que me interesaría.
Estaba jugando conmigo. Tratando de intrigarme. Tratando de lograr que preguntara sobre casa.
Quizás no quería saber. O quizás sí…
Hablar con mi hermano estos últimos dos años fue fácil. El sabía que no debía entrometerse y que sería yo quien sacara tema de conversación. Mi madre, por el contrario, era una bomba a punto de estallar. Siempre me preguntaba con qué saldría a continuación.
Ella estaba en Shelburne Falls y eran vacaciones de verano. Todo el mundo debía de estar ahí.
Todo el mundo.
Puse los ojos en blanco y me acosté contra el respaldo de la silla, determinado a no seguirle la corriente ni jugar juegos.
Se rió y la miré.
―Te amo― se rió, cambiando de tema―. Y me pone contenta saber que tu desprecio por las charlas triviales no ha desaparecido.
―¿De veras?
Puso su cabeza en alto, sus ojos brillaban ―Me reconforta saber que algunas cosas nunca cambian.
Apreté con fuerza los dientes, esperando a que la bomba explotara ―Sí, te amo también ― dije distraídamente y me aclaré la garganta―. Bueno, ve al grano ¿Qué sucede?
Golpeó con sus dedos el escritorio enfrente de ella ―No has venido a casa desde hace dos años y me gustaría verte. Eso es todo.
Había vuelto. Una vez. Solo que ella no lo sabía.
―¿Eso es todo? Le pregunté sin creerle ― Si me extrañas tanto, pon tu culo en un avión y ven a verme― bromeé.
―No puedo.
Entrecerré los ojos ―¿Por qué?
―Por esto― Se puso de pie mostrando su estomago muy embarazado.
Mis ojos se abrieron como platos y mi cara cayó mientras me preguntaba qué carajo estaba pasando.
Mierda.
Sentía la vena de mi cuello latir y solo me quedé mirando fijamente su cuerpo lleno de curvas como una pista de ski que iba desde su cuello hasta su cintura y… no podía ser cierto.
¿Embarazada? ¡No estaba embarazada! Yo tenía veintidós años. Mi mamá, como cuarenta.
Vi como ponía sus manos en la espalda ayudándose a sentarse. Lamí mis labios que estaban secos y respiré duro.
―¿Mamá? ― Ni siquiera había pestañado―. ¿Es una broma?
Me miró con compasión. ―Me temo que no― explicó―. Tu hermana vendrá en las próximas tres semanas.
¿Hermana?
―Y quiero que todos sus hermanos estén aquí para saludarla cuando llegué― Terminó.
Miré hacia otro lado, mi corazón estaba bombeando calor a todo mi cuerpo.
¡Mierda! está embarazada ¡Joder!
Dijo hermana
Y todos sus hermanos
―Entonces es una niña― dije más para mí mismo que para ella.
―Sí.
Me rasqué el cuello, agradecido de que mi mamá no me exigiera más charla trivial, así podía procesar esto. No tenía idea ni de qué pensar.
Iba a tener un bebé, y una parte de mí quería saber en qué carajo estaba pensando. Había sido alcohólica durante quince años mientras yo crecía, y en tanto yo sabía que siempre me amó y que después de todo era una buena persona, también sería el primero en pichar su burbuja diciéndole que como madre apestó.
Pero la otra parte de mí sabía que se había recuperado. Se había ganado una segunda oportunidad y luego de estar cinco años sobria supongo que ya estaba lista para esto. También había sido una buena madre adoptiva para mi medio hermano, Jax, cuando vino a vivir con nosotros. Además, tenía un grupo de gente alrededor que la apoyaría.
Uno en el que yo no estaba incluído desde que me había ido.
Su hijastro, Madoc y su esposa, Fallon; Jax y su novia, Juliet; Su esposo, Jason; Su ama de llaves, Addie… Todos menos yo.
Aclaré mis pensamientos y volví a mirar la pantalla ―Dios, mamá. Yo… yo… ―Estaba tartamudeando. No sabía qué decir o qué hacer. Yo no era del tipo sensible o bueno con estas cosas.
―Mamá― Tragué saliva y la miré a los ojos―. Estoy contento por ti. Nunca hubiera pensado…
―¿Que quería más chicos? ― Me interrumpió―. Quiero todos mis chicos, Jared. Te extraño un montón― Admitió― Madoc y Fallon me están cuidando ya que Jason está terminando un caso en la ciudad, y Jax y Juliet son geniales, pero te quiero aquí. Ven a casa. Por favor.
Me aclaré la garganta. Casa.
―Mamá mi agenda está… ―Busqué una excusa ―. Lo intentaré, pero simplemente…
―Tate no está aquí― Me interrumpió, bajando su mirada. Sentí el pulso en mis oídos.
―Si es eso lo que te preocupa ―Me explicó―. Su padre estará en Italia por un par de meses así que ella pasará el verano allí.
Bajé la cabeza, inhalando profundamente.
Tate no está en casa.
Bien. Mi mandíbula se tensó. Eso es bueno. No tendría que lidiar con ello. Podría ir a casa y pasar el tiempo con mi familia y eso sería todo. No tendría que verla.
Odio admitirlo, inclusive a mí mismo, pero tenía miedo de cruzármela. Tanto, que directamente no había ido a casa.
Pasé la palma de mi mano por mi muslo para secar la transpiración que tenía siempre que pensaba en ella. A pesar de que me fui para poder sentirme completo nuevamente, todavía había una parte de mí que parecía que estaría siempre vacía.
La parte que solo ella llenaba.
No podía verla sin desearla. O sin desear odiarla.
―¿Jared? ― Mi mamá seguía hablando y yo mejoré mi expresión.
―Sí― suspiré ―Estoy aquí.
―Escúchame― me ordenó―. Esto no se trata de por qué te has ido. Esto se trata de tu hermana. Eso es todo en lo que quiero que pienses ahora. Perdona que no te lo haya dicho antes, pero…
Sus ojos cayeron y parecía buscar las palabras ―Nunca sé en qué piensas, Jared. Eres tan introvertido y quería poder decírtelo en persona. Pero nunca tienes tiempo para venir y ya he esperado todo lo que podía.
No sé por qué me molestaba que a mi mamá le costara hablarme. Supongo que nunca lo pensé realmente. Pero, ahora que ya lo sacó a la luz, me doy cuenta de que no me gusta ponerla nerviosa.
Inhaló profundamente y me miró, sus ojos se veían amables, pero serios ―Te necesitamos― dijo suavemente―. Madoc va a ser quien juegue con ella a los juguetes. Jax va a ser quien la lleve en los hombros a escalar montañas. Pero tú eres su escudo, Jared. Vas a ser quien se asegure de que nunca nada la lastime. No te lo estoy pidiendo, te estoy avisando. Quinn Caruthers necesita a todos sus hermanos.
No pude evitarlo, sonreí.
Quinn Caruthers. Mi hermana. Ya tenía nombre.
Y claro que estaría allí para ella.
Asentí, respondiéndole.
―Bien― su expresión se relajó―. Jax te envió por correo el pasaje de avión.
Y luego se desconectó.
Quiero leerla ya!
ResponderEliminarGracias por el tiempo que dedicas a tener un blog tan completo!!
ResponderEliminaryo también quiero leerlo ya!! cuando estará traducido??
Saludos.
Hola! El libro fue publicado hoy. El adelanto lo público la autora en su página web, y fue traducido por el foro que se va a encargar la traducción del libro. Solo nos falta esperar que el foro comience la traducción del libro para así nosotras publicarlo en el blog.
EliminarSaludos♥
hola! lo tienen en ingles???
ResponderEliminar