Capitulo 2
El primer rostro que vi cuando abrí mis ojos fue la mía
propia.
La pared de frente a la cama de hierro tenía espejos. Como
también lo estaban las paredes a mi izquierda y derecha, había cinco espejos o
tal vez eran seis. No olía nada, escuchaba nada ni veía nada más que a mí
misma.
Durante los pasados meses no había pasado mucho tiempo
viéndome en espejos por mis propias razones. Ahora que se me forzaba a verme no
podía creer que la chica a la que estaba viendo fuera yo. Mi cabello oscuro y
grueso estaba dividido a la mitad, y colgaba flojo y soso sobre mis hombros.
Mis labios estaban casi del mismo color que mi piel, como decir, blancos.
Habían ángulos en mi rostro que nunca antes había visto. O tal vez no habían
existido antes. Me veía como un fantasma, un cascarón, una extraña. Si mis
padres me vieran nunca sabrían quién era.
Pero ellos nunca me veían. Ese era parte del problema. Eso
era por lo que estaba aquí.
—Sí, nos vemos como la mierda —dijo una voz.
Dijo mi voz.
Pero yo no había hablado. Mis labios no se habían movido.
Me levanté de un brinco, mirando a mis infinitas
reflexiones. Ellas me miraban, viéndose miedosas y precavidas al mismo tiempo.
—Aquí arriba.
La voz venía de arriba. Doblé mi cuello, el techo también
tenía espejos. Vi mi reflejo en el espejo pero ésta, esta reflexión en
específico, me sonreía. Incluso aunque yo no estaba sonriendo.
Así que, finalmente me había perdido.
—No aún —dijo mi reflejo, parecía entretenida—. Pero estás
cerca.
— ¿Qué… qué es esto? —¿Una alucinación?
—No soy una alucinación —dijo mi reflejo—. Adivina de nuevo.
Bajé mi mirada por un momento, viendo alrededor del cuarto.
Cada reflejo se daba la vuelta cuando yo lo hacía. Dios, esperaba estar
soñando.
Miré de nuevo hacia arriba a mi reflejo. La chica en el
espejo (supongo que era yo) ladeó su cabeza ligeramente hacia la izquierda.
—No lo estás. Estás en esa clase de espacio casi
inconsciente. Lo cual debería hacerte sentir mejor sobre tu cordura.
Marginalmente.
—También deberías saber que hay sensores monitoreando
nuestro pulso y latidos, así que sería mejor para ambas si te recostaras.
Moví mi cabeza buscando los monitores pero no vi ninguno.
Escuché a la chica de todas maneras.
—Gracias —contestó—. Ese chico Wayne entra a examinarnos
cuando nuestro ritmo cardíaco se eleva, y él realmente nos repulsa.
Sacudí mi cabeza, la funda de la almohada arrugándose con el
movimiento. —No digas “nos”. Eso me asusta.
—Lo siento pero somos nosotras. Yo soy tú —dijo mi reflejo
levantando una ceja—. Tampoco soy tu más grande fan por si no lo sabes.
He tenido sueños extraños. He tenido alucinaciones raras.
Pero raro no empezaba a describir esto, lo que fuera que esto fuese. —Así que…
¿qué eres? Mi… ¿mi subconsciente o algo así?
—No puedes hablar con tu subconsciente. Eso es estúpido. Es
más como, soy la parte de ti que está al tanto de las cosas incluso cuando tu
no sabes que lo estás. Ella nos ha estado dando un montón de drogas, un montón
de drogas, y ha apagado nuestro, lo siento, tu consciencia en algunas formas y
realzado otras.
—¿”Ella” siendo…?
—La doctora Kells.
La máquina de al lado mío hizo un pitido fuerte cuando mi
ritmo cardíaco se incrementó. Cerré los ojos, y una imagen de la doctora Kells
se levantó en la oscuridad, acecharte sobre mí, tan cerca que podía ver
pequeñas rupturas en las gruesas capas de lápiz labial. Abrí mis ojos para
hacer que se fuera y me ví a mí misma en su lugar.
—¿Por cuánto tiempo he estado aquí? —pregunté en voz alta.
—Trece días —respondió la chica en el espejo.
Trece días. Ese era el tiempo que había sido prisionera de
mi propio cuerpo, respondiendo preguntas a las que no quería responder y
haciendo cosas que no quería hacer. Cada pensamiento y recuerdo estaba borroso,
como si hubieran sido sofocados por algodón; yo, encerrada en lo que parecía el
cuarto de un niño, dibujando una y otra vez una imagen de lo que solía ser mi
rostro. Yo, extendiendo mi brazo obedientemente mientras Wayne, el asistente de
la doctora Kells en tortura terapéutica, me sacaba sangre. Y yo, el primer día
que desperté aquí, sostenida cautiva por las drogas y forzada a escuchar
palabras que cambiaran mi vida.
—Has sido una participante en un estudio a ciegas, Mara.
Un experimento.
—Las razones por las que has sido seleccionada para este
estudio son porque tienes una condición.
Porque soy diferente.
—Tu condición le ha causado dolor a la gente que amas.
Los he matado.
—Tratamos fuertemente de salvar a todos tus amigos… sólo no
pudimos alcanzar a Noah Shaw.
Capitulo 3
Hasta ese momento no había estado segura de si había estado
despierta o alucinando. Pero ahora los sonidos que escuché parecían muy reales.
Demasiado reales. El taconear de unos zapatos sobre un piso de linóleo. La
ráfaga de aire cuando una puerta se abrió en alguna parte detrás de mi cabeza.
Me miré a mí misma en el techo. Abrí mi boca y mi reflejo hizo lo mismo.
Así que estaba sola ahora, definitivamente. Podría no haber
estado segura de qué era real y qué no lo era, pero sabía que no quería que
Kells supiera que estaba despierta. Cerré fuertemente mis ojos.
—Buenos días, Mara —dijo secamente la doctora Kells—. Abre
tus ojos.
Y ellos se abrieron, como si nada, vi a la doctora Kells al
lado de mi cama y reflejada frente a mí miles de veces en el pequeño cuarto de
espejos. Wayne estaba a su lado, largo, hinchado y desarreglado, mientras ella
estaba esbelta, refinada y pulcra.
—¿Has estado despierta por un largo tiempo? —Me preguntó.
Mi cabeza se sacudió de lada a lado. De alguna manera, no se
cómo, no se sintió como si fuera yo la que la moviera.
—Los latidos de tu corazón se elevaron hace no mucho.
¿Tuviste un mal sueño?
Como si no estuviera viviendo un mal sueño. Ella se veía
realmente consternada, y no estoy segura de haber querido golpear tanto a
alguien en mi vida entera.
El ansia era aguda y violenta y disfruté mientras duró.
Aunque no fue mucho tiempo. Porque tan pronto como la sentí, desapareció. Se
disolvió, dejándome fría y vacía.
—Dime cómo te sientes —dijo Kells.
Lo hice. No importaba que no quería decirle. No tenía
elección.
—Quiero hacerte alguna pruebas. ¿Está bien?
No.
—Sí —dije.
Ella sacó una libreta pequeña de notas. Mi manuscrita estaba
en el frente, mi nombre. Era mi diario, el que se suponía que yo tenía que
escribir mis miedos, en Horizontes. De hace unos días. O semanas, si lo que mi
reflejo había dicho era cierto.
—Te acuerdas de esto, ¿no es así, Mara?
—Sí.
—Excelente —dijo, y sonrió genuinamente. Estaba complacida
de que recordara, lo que me hizo preguntar que podría haber olvidado.
—Vamos a trabajar en tus miedos juntas hoy. G1821, la
condición que te está haciendo daño, ¿recuerdas?; es lo que causa tu habilidad
de estallar. Factores diferentes lo inician. Pero al mismo tiempo apaga una
parte diferente tuya —se detuvo, estudiando mi cara—. Remueve la barrera entre
tu pensamiento consciente y tu pensamiento inconsciente. Así que para ayudarte
a mejorar, Mara, quiero estar segura de que puedo pre-escribirte la cantidad
adecuada de medicamento, la variante de Amytal que se te ha dado, Anemosyne es
como lo llamamos. Y en orden para ver si está funcionando, vamos a detonar los
miedos que escribiste en este diario. Algo así como terapia de exposición,
combinado con terapia de drogas. ¿Está bien?
Jódete.
—Está bien.
Wayne abrió un estuche que había estado sosteniendo y sacó
su contenido en una pequeña bandeja que había a un lado de la cama. Giré mi
cabeza y miré, pero luego deseé no haberlo hecho. Escalpelos, jeringas y agujas
de diferentes tamaños brillaban contra la tela negra.
—Vamos a medir tu respuesta al miedo a las agujas hoy —dijo
ella, y en respuesta Wayne levantó un cilindro con tapón de plástico. Apretó el
tapón entre sus dedos y lo giró. El sello de seguridad se rompió con un fuerte
sonido de “snick”. Metió la aguja dentro de una larga jeringa.
—Ciertamente has visto suficientes de estas, considerando tu
tiempo en los hospitales, y a juzgar por tus récords tu instinto es dar pelea
cuando se te toca sin tu permiso por profesionales médicos —ella dijo,
levantando sus pestañas coloreadas por un momento—. Golpeaste a una enfermera
en tu primera estadía en el hospital Providence después del incidente en el
asilo, en respuesta a ser tocada y sostenida a la fuerza —miró hacia abajo a
una pequeña libreta de notas—. Y luego golpeaste la enfermera de la unidad del
psiquiátrico cuando fuiste admitida después de tu intento de suicidio.
En ese momento dos imágenes compitieron por espacio en mi
mente. La primera era nítida y clara, era yo parada sola en un muelle llevando
la cuchilla brillante de un cúter a mis pálidas muñecas. En la otra imagen,
borrosa y suave, el contorno de Jude detrás de mí, susurrando a mi oído,
amenazándome a mí y a mi familia hasta que el cúter se metió profundo en mi
piel.
Mi mente se cerró en la segunda imagen, la que tenía a Jude.
No había tratado de matarme a mí misma. Jude sólo había hecho que pareciera
así. Y Kells, de alguna manera, estaba haciendo que lo olvidara.
Wayne se agachó entonces y sacó algo de debajo de la cama,
más allá de mi rango de visión. Se levantó sosteniendo un sistema de cuero y
restricciones metálicas que se veía complicado. Grilletes en realidad. Aún no
tenía miedo.
Pero entonces Kells dijo
—Sólo relájate.
Sus palabras hicieron eco en mi mente, con la voz de alguien
más.
Sólo relájate.
Hubo una pequeña voltereta en mi pecho, y el monitor de al
lado sonó. No lo entendía. ¿Habían sido las palabras? Una gota de sudor
descendía por la frente de Wayne. Se la quitó con la manga de su brazo, luego
movvió sus dedos gordos a la curva de mi codo. Mi mente se encogió y mis
músculos se tensaron.
Wayne pareció sentirlo.
—¿Está segura… está segura de que está estable? —Estaba
nervioso. Bien.
Kells miró mi brazo. —Mara, quiero que tu cuerpo, tus brazos
y tus manos se queden quietas.
Tan pronto como las palabras dejaron su boca, mi cuerpo
obedeció. Me vi a mí misma en el espejo del techo. Mi expresión era flácida.
—Cuando ves algo a lo que le tienes miedo, tu mente le dice
a tu cuerpo que reacciones. Le dice a tus riñones que dejen salir adrenalina, lo
que hace que los latidos de tu corazón se incrementen, y tu pulso y tus
respiraciones también. Esto es para prepararte para huir o para pelear la cosa
a la que tienes miedo, sin importar si ese miedo es racional. En este caso el
miedo dispara tu anormalidad. Así que de lo que nos estamos asegurando es de
que la medicina que hemos desarrollado para ayudarte está haciendo lo que se
supone tiene que hacer. El principal objetivo, por supuesto, es la total
aversión; cerrar el camino que transforma tus… —se restregó su pulgar en su
labio inferior mientras buscaba palabras— Pensamientos negativos —dijo
finalmente—, a la acción. El Anemosyne no previene tus pensamientos, sino las
consecuencias físicas de ellos, dejándote tan inofensiva como un no-portador.
Ahora dale la vuelta —le ordenó a Wayne.
Wayne tragó saliva, sus codos temblando con el movimiento
cuando me tomó por los hombros y empezó a darme la vuelta. En algún momento un
accesorio se había ajustado a la cama que me permitía estar recostada sobre mi
estómago sin tener que girar mi cuello para el otro lado. Miré al piso,
agradecida de que no tuviera espejos. Al menos no tendría que mirar.
Mis tobillos estaban amarrados. Él posicionó cada brazo para
que cada uno colgara a mis lados, luego engrilletó mis muñecas juntas, como si
estuviera abrazando la cama.
—Muéstrele la jeringa —la doctora Kells le dijo.
Wayne movió la aguja enfrente de mis ojos, dejándome verla
desde cada ángulo. Mis latidos se aceleraron, y con eso, los sonidos del
monitor.
—¿Debería de latir así su corazón? —Preguntó Wayne
nerviosamente.
—Sólo un reflejo —explicó Kells—. Su cuerpo aún es capaz de
responder a los reflejos, pero sus emociones, su miedo, no pueden disparar su
habilidad sin importar lo que ella piense —dijo como si explicara un hecho
conocido—. Consciente o inconscientemente.
Wayne levantó la parte de atrás de la bata de hospital en la
que me habían vestido. No lo quería tocándome, pero no podía hacer nada al
respecto.
Entonces algo rozó, se deslizó hacia mí en el suelo. Un
espejo. Mostraba mi cara, la cual estaba blanca y sin rastro de sangre, y en el
espejo del techo vi mi espalda expuesta. Me veía delgada. Enferma.
No quería ver lo que fuera que iban a hacerme, y que podría
hacer algo. Cerré mis ojos con fuerza.
—Abre tus ojos —instigó la doctora Kells y yo lo hice. Tenía
que hacerlo, y lo odiaba.
Ella ajustó el espejo y pude ver cómo Wayne tomaba una
bolita de algodón de la mesa de metal que estaba a un lado de la cama y lo
remojó en yodo. Me estremecí cuando lo aplicó en mi espalda.
Él se dio cuenta.
—¿Qué significa eso?
—Sólo un reflejo —respondió Kells, su voz delgada. Enojada—,
al frío —le dijo a él. Luego a mí—. Si te golpeara la rodilla con un martillo,
Mara, ésta daría un tirón. Es sólo tu respuesta al miedo que vamos a tratar de
apagar. Si somo exitosos, serás capaz de vivir una vida normal y productiva sin
obstáculos de tus miedos irracionales, y sin tener que preocuparnos de que
causarás consecuencias que no intentabas causar que pudieran ser desastrosas
para la gente que amas y los demás.
Vagamente recordaba que solía importarme eso.
—Vamos a extraer algo del fluido de tu espinal dorsal
primero —dijo Kells y Wayne puso la aguja sobre mi piel—. Esto sólo va a doler
un poco.
Cada movimiento desde ese momento en adelante fue procesado
en cámara lenta. La aguja mientras Wayne la dejaba cernirse sobre mi piel a
sólo unos milímetros. El sentimiento de frío hierro abriendo mi piel, primero
una picadura; luego, mientras entraba más profundamente, una punzada, un dolor,
una quemadura, y quería retorcerme pero no me movía, no podía moverme. Kells me
dijo que viera mi cara en el espejo, y lo hice. Aún estaba flácida. Una máscara
de piel escondiendo cada sentimiento. Mi mente gritaba pero mi boca se mantenía
cerrada.
Hubo un poco de presión cuando la jeringa chupó fluido de mi
espinal.
—Lo estás haciendo muy bien —dijo Kells, su voz sin tono—.
¿No es mejor así, Mara? No hay nada a qué temer. Es sólo una aguja y es sólo
dolor. El dolor sólo es un sentimiento, y los sentimientos no son reales.
Después de lo que se sintió como horas Wayne sacó la aguja,
y la presión se detuvo pero el dolor no lo hizo. Algo frío y mojado resbalaba
por mi piel antes de que Wayne apretara una pieza de gaza para absorberlo. Mi
respiración era profunda y regular. No jadeé, no vomité. Pensé que esos eran
reflejos. Supongo que no.
Wayne limpió mi espalda, quitó los grilletes de mis muñecas,
desamarró las correas de mis pies, y gentilmente, en una manera que hacía que
mi mente se enfermara, me dio la vuelta sobre mi espalda.
—Sé que eso no fue placentero para ti, Mara —comentó Kells—.
Pero a pesar de tu incomodidad, ha sido una prueba exitosa. Lo que la droga te
permite haacer ahora mismo es separar tus reacciones mentales de tus reacciones
físicas. El efecto secundario, sin embargo, es algo también emocionante —ella
no sonaba emocionada.
—Estoy segura de que querías reaccionar durante el proceso.
Estoy segura de que querías gritar y probablemente llorar. Pero gracias a la
droga, tus reflejos físicos se mantienen intactos pero son separados de tus
emociones. En otras palabras, con Anemosyne, si alguien corta cebollas cerca de
ti, o si una pestaña se mete a tu ojo, aún vas a sacar algunas lágrimas por el
estímulo. Tus ojos tratarán de sacar el irritante. Pero ya no llorarás de miedo,
o por tristeza o frustración. Se cortará esa conexión para prevenir que pierdas
el control —se cernió sobre mí—. Sé que es una sensación extraña para ti ahora,
pero te adaptarás. Y el beneficio para ti y para otros será enorme. Una vez
hallamos establecido la dosis apropiada para ti, sólo necesitaremos estimular
tus infusiones cada pocos meses. Eventualmente podrás ir con tu familia, venir
a terapia conmigo, y tener la vida normal que quisiste, mientras esta droga
sigue funcionando — ella bajó su mano para aplanar mi cabello en lo que supuse
fue un gesto maternal, y sentí la urgencia de morderla.
—Vamos a darte otra droga ahora para que no recuerdes los
malos momentos de hoy. ¿No va a ser eso bueno? —Una sonrisa serpenteó por sus
labios, pero luego sus cejas se unieron—. Wayne, ¿cuál es la temperatura actual
de la habitación?
Wayne se movió a la izquierda, presionó un botón en la pared
con espejo con su pulgar. Números aparecieron en el vidrio. Sofisticado.
—Setenta grados (Fahrenheit, 21 en grados Celsius)
Kells puso la parte trasera de su mano en mi frente.
—Está caliente y sudando —se secó la mano en la sábana.
—¿Es eso… normal?
—Es atípico —dijo Kells—. Ella no había reaccionado así a
ninguna de las pruebas anteriores.
¿Pruebas anteriores? ¿Cuántas habían hecho?
Kells sacó una pluma con luz de su bolsillo y me dijo —No te
muevas.
No me moví. Ella hizo encender la luz sobre mis ojos; quería
cerrarlos pero noo podía.
—Sus pupilas están dilatadas. No lo entiendo. El
procedimiento ha terminado —su voz titubeó un poco—. Wayne, el Amylethe, ¿por
favor?
Él sacó algo del estuche negro. Otra aguja. Pero debía haber
estado sudando también, porque lo dejó caer. Cayó al suelo y rodó.
—Cristo —murmuró Kells bajo su aliento.
—Lo siento, lo siento —iba a coger una nueva jeringa pero se
detuvo cuando el monitor hizo un sonido.
Kells miró hacia ahí.
—La presión de su sangre está cayendo. Está teniendo alguna
clase de reacción. ¿Podría ser más lento?
Nunca la había escuchado sonar algo menos a completamente
compuesta. Pero mirándola ahora su cuerpo estaba tenso. Los tendones en su
cuello estaban sobresalidos. Quizás estaba imaginándolo pero podía casi oler el
olor de su miedo.
Estaba aterrorizada. ¿De mí? ¿Por mí? No lo sabía, pero me
gustaba.
Wayne apretó su mandíbula y abrió el tapón de la jeringa.
Trató a agarrar mi brazo y apuñaló mi hombro con la aguja.
Mi visión nadó y mi cabeza se espesó.
—Llévala al cuarto de análisis —fue lo último que escuché
antes de que todo se pusiera negro.
Capitulo 4
ANTES
India, Provincia desconocida.
El día que tía murió, nuestros vecinos nos veían con
aprensión mientras caminábamos desde el pueblo mostrando sus cuerpo. El aire
estaba tan muerto como ella; la enfermedad del río se la había llevado unos
días después de que Tío me trajera a casa. Tía era la única razón por la que lo
habían tolerado, con su ropa diferente, siempre azul, con sus palabras
diferentes y su apariencia diferente. Ella había sido especial, Tío me decía.
Cuando ella asistía un parto, el bebé se apresuraba a salir de la pansa de su
madre para conocerla. Sin ella estábamos desprotegidos. No sabía que quería
decir hasta que murió.
La noticia de nosotros se extendió de un pueblo a otro. A
donde fuer que fuéramos, la plaga y la muerte ya había atacado, y nosotros
seguíamos su rastro. Tío hacía lo mejor para la gente, compartiendo remedios,
haciendo cataplasmas, pero susurros seguían nuestros pasos. Mara, nos llamaban.
Demonios.
Una noche Tío se levantó de su sueño y nos dijo a mí y a
Hermana que nos fuéramos de inmediato. No debíamos hacer preguntas, sólo
obedecer. Nos escabullimos de nuestra choza en la oscuridad, y una vez pusimos
un pie en la jungla, escuchamos su grito.
Una columna de humo se levantó en el aire, llevando consigo
sus lamentos. Quería ir a él, arreglarlo, pero Hermana dijo que habíamos
prometido no hacerlo, que sufriríamos el mismo destino si lo hiciéramos. No
había agarrado nada más que mi muñeca. Nunca la dejaría atrás.
Mi largo y enredado cabello se pegaba a mi cuello y hombros
en el húmedo calor de la noche cuando los gritos de Tío fueron reemplazados con
los sonidos de la jungla, levantándose con la luna. No dormimos esa noche, y cuando el sol salió de entre las nubes y el
hambre retorció mi estómago, pensé que tendríamos que rogar por comida como huérfanas. Pero no tuvimos que hacerlo.
Hermana habló con los árboles, y ellos dejaron caer sus frutas por ella. El suelo dio su agua. La tierra nos
alimentó y sustentó hasta que llegamos a la ciudad.
Hermana me llevó directamente al edificio más alto en el
puerto a ver al hombre con gafas. Se llamaba a sí mismo Mr. Barbary, y Hermana
caminó directamente hacia él. Estábamos sucias, cansadas y se veía mucho que no
pertenecíamos ahí.
— ¿Sí? —Dijo cuando nos paramos frente a su escritorio—.
¿Qué es lo que quieren?
Hermana le dijo quién era ella, quién había sido su padre.
Él nos vio con nuevos ojos.
—No la reconocí. Ha crecido.
—Sí —dije—. Lo he hecho.
Nunca había hablado con él, o con nadie más que con Tío y
Hermana. Nunca había necesitado hacerlo. Pero sabía por qué estábamos aquí, y
quería impresionarlo.
Funcionó. Sus ojos se agrandaron y su sonrisa se extendió por
debajo del arco chistoso de cabello que tenía encima de su labio.
— ¡Oh, pero sí habla!
Podía hacer más que eso.
Él me hizo preguntas sobre lo que nos había pasado, y sobre
otras cosas también; qué había aprendido desde la última vez que le había visto,
qué talentos había desarrollado, si me había enfermado. Después midió cuánto
había crecido. Luego, le dio a Hermana una bolsa, y ella asentó su cabeza en
gratitud.
—Debo informar a su benefactor de su cambio en
circunstancias, lo entienden —él explicó.
Hermana asintió, pero su rostro era una máscara. —Lo
entiendo. Pero su educación no ha sido completada. Por favor infórmele que yo
voy a tomar el lugar de mi padre, si se me permite.
El señor Barbary asintió con su cabeza y después nos
despidió, y Hermana me sacó del edificio agarrando mi mano. Me pregunté cómo
era posible que conociera la ciudad tan bien. Ella nunca había venido con Tío y
conmigo.
Hermana le pagó a un hombre para que nos encontrara
alojamiento temporal, y después nos compró ropa, buenas ropas, de la clase que
Tío vestía. Ella compró comida para que comiéramos en nuestro cuarto.
No se parecía a nada que hubiera visto antes, con camas
altas que habían sido esculpidas en árboles que estaban cubiertas con ropas
blancas tan suaves como plumas. Hermana me lavó y me vistió, y entonces
comimos.
—Nos iremos después del
anochecer —dijo, levantando un fragante arroz amarillo con su pan.
Cuando mi estómago se llenaba, me empecé a sentir placentera
y adormilada. — ¿Por qué no nos quedamos? —el cuarto era sólido, vacío de polvo
y corrientes de aire, y las camas se veían muy limpias. Moría de ganas de
acostarme en una.
—Es mejor avanzar sin ser notadas por tanto tiempo como
podamos, hasta que encontremos un nuevo hogar.
No le repliqué. Confiaba en Hermana. Se había encargado de
mí cuando era pequeña, como se encargaría de mí hasta el día que ella muriera.
Sucedió un largo tiempo después de que Tío había sido asesinado,
aunque no sé exactamente cuánto tiempo. El tiempo no tenía importancia para mí,
sólo era marcado por mis visitas al señor Barbary para inspección. Tío no tenía
calendarios, y tampoco Hermana. Ni siquiera sabía mi edad. Nos movíamos por las
orillas de los pueblos como fantasmas, hasta que nos corrían incluso de la
periferia. Entonces nos movíamos al siguiente.
— ¿Por qué debemos seguir mudándonos? —Le pregunté mientras
caminábamos—. ¿Por qué no nos dejan quedarnos? —Por la envidia, dijo
Hermana. Las personas entre las que
vivíamos no tenían dones como nosotras. Eran tan ordinarios como hojas de
pasto, pero nosotras éramos como flores, hermosas y raras. Ellos sospechaban de
nuestras diferencias y nos odiaban por eso. Así que teníamos que pretender ser
lo que no éramos, y así no seríamos lastimadas por lo que éramos.
Pero ellos nos hacían daño de todas maneras. Sin importar lo
mucho que intentábamos de pasar desapercibidas, alguien siempre nos reconocía o
sospechaba de nosotras. En nuestra tercera noche en el poblado más reciente,
ellos se llevaron a Hermana al caer la noche, de la misma manera en que ellos
se habían llevado a Tío. De la manera en que ellos trataron de llevarme.
Brazos pellizcaban mi piel y yo estaba siendo agarrada y
sacada de mi tapete. Hermana gritaba, rogándoles que no me lastimaran, jurando
nuestra inocencia, que no éramos peligrosas, pero antes de que pudiera
despertar completamente, sus palabras fueron cortadas. Un hombre había golpeado
su cabeza con una piedra. Sólo una vez, pero había sido suficiente.
Me quedé inactiva en los brazos de mi captor cuando el mismo
hombre alzó la roca para golpearme con ella. Yo quería que él muriera.
Su cuerpo se sacudió, y algo se rompió desde dentro de él,
mandando un torrente de sangre desde su nariz. Dejó caer su roca y gimió,
alejándose de mí.
Los otros también se alejaron. No les hablé. No les grité.
Miré a Hermana, su boca suelta, su cuerpo tieso, su cabello brillando con
sangre, y lo quise.
Quise que ellos sintieran lo que ella sentía. Quise que
ellos nunca vieran otro amanecer, ya que ella no lo haría tampoco.
Me senté a su lado, abrazando su cabeza destrozada en mi
regazo. Los otros formaron un círculo grande a nuestro alrededor. Y entonces
alguien aventó una piedra.
No me golpeó. Y golpeó a alguien más.
Gritos empezaron y el aire se llenó con miedo. El poblado se
vació esa noche cuando los hombres, los asesinos, huyeron, llevándose a sus
mujeres y niños con ellos.
Vi herramientas pero las ignoré. Empecé a juntar tierra con
mis manos, y enterré a Hermana cuando terminé de escarbar su tumba poco
profunda, justo donde había caído. Dormí allí hasta el día siguiente. Incluso
los insectos no me molestaron. Cuando me desperté, empecé a caminar a Calcutta
sola. Pasaba los cuerpos dispersos de los hombres en mi camino. La piel sobre
sus labios estaba manchada de sangre, pero las moscas no los tocaban. No se
atrevían.
Evitaba a la gente. Me bañé en mi sangriento y simple
conjunto. La vegetación no dejaría caer sus frutos por mí, así que rodeaba los
poblados y les robaba para comer. Era ignorante de todo excepto mi soledad.
Extrañaba a Hermana y a Tío también, a mi manera. Pero ellos se habían ido
ahora, y todo lo que me quedaba de ellos y mi vida con ellos eran cenizas y
polvo y la muñeca que Hermana me había hecho, y las palabras que Tío me había
dado, me había enseñado, para que pudiera hablar con mi benefactor en
Inglaterra algún día.
Ese día había llegado.
Caminé hacia el puerto, hacia el señor Barbary, sin compañía
por primera vez en mis recuerdos. Él miró mis ropas manchadas y mi cabello
apelmazado. Me veía como algo salvaje, pero hablaba tan clara y nítidamente
como él, y en su propia lengua. Le dije que mi educación estaba completa. Él me
envió a un hotel cercano, y me iba a ir a buscar cuando mi pasaje a Inglaterra
hubiera sido arreglado, dijo.
Me bañé en agua limpia esa noche, y limpié mi cuerpo con
jabón formado, un lujo del que había aprendido pero no experimentado. Me
maravillé a la espuma formada en mi piel, la espuma en mi cabello, y cuando
terminé, me subí a la cama desnuda, y dejé que el aire secara mi cuerpo. Sentí
como si hubiera cambiado mi piel como una serpiente, y esta nueva piel me
llevaría a mi nueva vida.
Al siguiente día el señor Barbary apareció en la puerta para
informarme que mi benefactor había muerto la semana pasada, pero que no me
preocupara ya que me había previsto en caso del evento de su muerte. Su viuda
había sido informado de mi existencia y había accedido a recogerme, como él lo
habría hecho algún día. El señor Barbary había agendado mi pasaje en el primer
viaje posible. Partiría la semana próxima, y debía entretenerme a mí misma
hasta entonces.
Y lo hice. Me dejó una bolsita con mis propias monedas y
compré nuevas ropas y comida que no tenía que preparar. Mi cuerpo se suavizó
después de una semana en la ciudad, después de meterme a mí misma lo que fuera
que quisiera con comidas relucientes, humeantes y picosas.
La noche antes de que partiera, metí mis nuevas cosas en mi
nueva maleta pequeña con gran ciudado. Saqué mi muñeca de debajo de mi
almohada, donde la escondía de día. Recorrí mis dedos sobre sus costuras, toqué
el punto de la sangre de Hermana que marcaba su muñeca, y me pregunté qué forma
tomaría mi nueva vida sin Hermana.
— ¿Por qué paga el hombre blanco por mí? —Una vez le había
preguntado a Tío, después de un viaje a Calcutta para mi inspección. Las
monedas tintineaban en su andar.
—Porque él cree que tienes valor. Y cuando vayas a él, lo
tendrás.
Tomé esto en mi interior. — ¿Cuándo iré?
—Cuando te conviertas —dijo Tío.
— ¿Convertirme en qué?
—Tú misma.
Pero si no soy yo misma aún, ¿entonces quién soy? Pensé.
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