Gracias nuestra quedirisima +Lily Perozo por este adelanto. Esperamos que difrutes de tu viaje ♥
Las
puertas de cristal oscuro del edificio del Estado: Adam Clayton Powell
Jr. Se abrieron concediéndole la salida a cuatro de los fiscales que
laboraban dentro de la majestuosa y respetable estructura de concreto,
hierro y vidrio.
Entre los funcionarios públicos se encontraba
Samuel Garnett que aprovechó el frío de la intemperie para tomar una
bocanada de aire helado que le refrescara la garganta, la que traía
ardida después de que le tocará impartir una charla penalista a los casi
1.200 reclutas establecidos para graduarse de la academia de policía la
mañana del lunes en el Madison Square Garden.
El clima
últimamente estaba enfriando más que de costumbre, estaba seguro que
éste era el otoño más frío que estaba viviendo en Nueva York y por
primera vez le hizo caso a las noticias matutinas del estado del tiempo,
las que escuchaba mientras se vestía por la mañana, después de su
religiosa rutina de capoeira, la que interrumpió la llamada de su tío
(ESPOILER)
El frío imperaba, por lo que buscó dentro de la
gabardina gris plomo, los guantes de cuero forrados de cachemira en
color grafito y se los colocó. Luciendo un formidable atuendo en
diferentes tonos de grises y que su corbata roja armonizaba de manera
impecable atrayendo miradas.
—Hoy no podré acompañarlos a almorzar, prometí hacerlo con mi esposa —les informó Carl Joseph a sus compañeros.
—Primero la familia, así que tranquilo. —Le palmeó uno de los hombros, Snowden el asistente fiscal 185°.
—Yo
también paso del almuerzo, tengo una asesoría en la torre en media hora
—dijo Samuel, que buscaba un cigarrillo en los bolsillos internos de la
gabardina, pero dejó de hacerlo al saber que no lo encontraría apenas
recordaba que los había dejado en el auto.
—Entonces nos vemos en
un par de horas, Joseph queda para mañana el almuerzo… no creas que lo
he olvidado. —El asistente fiscal Gross, de aspecto estilizado y gran
estatura. Buscó en su teléfono el artículo de noticias y se lo enseñó a
su compañero—. Aquí está la prueba, la puta revista informó que el 46%
de los errores se debe a equivocaciones de los investigadores
judiciales.
—¡Qué le den! Como dirían los españoles —objetó
Snowden con el ceño fruncido, hasta casi juntar sus tupidas cejas que le
robaban protagonismo al color azul de sus ojos.
—Es una mierda ese artículo —acotó Joseph sintiéndose ofendido por la noticia difamatoria.
—Sí que lo es, pero dijiste que este año no llegaba al 40% has perdido la jodida apuesta.
—Señor
Gross, le recuerdo que las apuestas son ilegales en el estado de Nueva
York —le advirtió en un claro tono de amenaza y se alejó un par de
pasos.
—Me pagas mi puto almuerzo —le exigió de manera divertida y lo señalaba insistentemente.
—Será
mejor que le pagues el almuerzo —aconsejó Samuel sonriendo y
acoplándose al paso de Joseph—. O te hará la vida imposible, no dejará
de joderte un sólo minuto.
—Está bien, está bien —Empezó a asentir con la cabeza fingiendo estar derrotado—. Mañana te llevo al Carnegie Deli.
—Carl
Joseph estás de psiquiátrico si crees que me brindaras un almuerzo del
Deli. —Se giró y caminó en sentido opuesto a su interlocutor, para no
seguir alargando una conversación que sabía no los llevaría a ningún
lado porque ninguno de los dos iba a ceder.
—No quedó satisfecho —agregó Samuel evidenciando su buen estado de humor.
—Sé que no —aseguró riendo de buena gana.
—¿A dónde vas a almorzar? Podría llevarte —Se ofreció Samuel con amabilidad.
—No
es necesario Garnett, ya mi esposa está esperando. —Le palmeó la
espalda, agradeciendo de esa manera el gesto del chico—. Nos vemos.
Samuel
asintió en silencio y se quedó parado en la acera observando como
Joseph atravesaba el Boulevard Adam Clayton Powell Jr. Mientras se
decidía a ir al estacionamiento por su auto un Bentley Continental, que
estaba estacionado a poca distancia, inició la marcha y se detuvo frente
a él.
En ese momento el vidrio de la ventana del asiento trasero
descendió, lo que inevitablemente captó la atención de Samuel y todo su
buen humor se fue al Diablo en el momento que en la cara de Henry
Brockman se le atravesaba en las pupilas, las que se dilataron en señal
de alerta.
—Sébastien, ¿tienes un minuto? Necesito hablar contigo —le pidió el hombre con voz conciliadora.
—No lo tengo —le contestó de manera rotunda.
—Sébastién, por favor. Hoy es tu… —intentaba hablar pero Samuel lo detuvo.
—Hoy
no es nada —Tensó la mandíbula ante la ira que empezaba a recórrelo y
sin embargo su postura era recta como la de alguien que no sintiera las
inmensas ganas de matar que lo embargaban. Se giró para largarse del
lugar.
—Hijo, lo siento —dijo en el tono de voz adecuado para que además de su chofer, sólo él pudiese escucharlo.
Samuel
no pudo controlar la jauría de odio que se le desató dentro al escuchar
las palabras que salieron de la maldita boca de Henry Brockman, esas
palabras que lo hacían despreciarse. Tan sólo si supiera la lucha que
había llevado por años para aprender a vivir con lo que era, ni siquiera
se le pasara por la cabeza llamarlo de esa forma. Se dio la vuelta y en
un par de largas zancadas llegó hasta el auto, apoyó las manos en la
puerta y casi se metía dentro del vehículo lo que hizo que Henry
retrocediera en el asiento.
—Métete tu maldito remordimiento por
el culo —le dijo con dientes apretados, apenas si podía controlar los
temblores que lo recorrían a causa de la furia—. La próxima vez que me
llames hijo, te mataré, juro que lo haré, me va a valer mierda el
juicio, no te dejaré opciones, si no lo he hecho hasta ahora es porque
no quiero ser una sucia rata como tú… ¿Lo sientes? ¿Ahora lo sientes? No
creo en tu palabra, no creo en ti, eres un hijo de puta que no vale
mierda —siseó obligándole a sus manos que se habían empuñado a no
estrellarse contra el rostro del hombre que más detestaba.
—¡No
sabes nada! —explotó perdiendo los estribos y las lágrimas una vez más
le anegaban los ojos, al ser consciente del despreció que su hijo sentía
hacía él y sabía que intentar ganarse su perdón era una causa perdida.
En ese momento prefirió nunca saber de él, seguir pensando que alguien
lo había adoptado y que lo que le había arrancado al amor de su vida
había sido un accidente—. Yo amaba a tu madre, yo la amo, nunca quise
hacerle daño.
—No la ensucies, no la nombres… no tienes el derecho
—En la garganta de Samuel empezaron las lágrimas a hacer estrago, no
podía controlarlo porque su punto vulnerable era su madre—. Eres un
maldito mentiroso. —Se alejó del auto utilizando como punto de apoyo sus
puños, empezó a negar con la cabeza—. No tenías necesidad, no la
tenías… ella tenía orgullo y lo último que hubiese hecho sería pelear
por un parásito. Tenías a Morgana y ella lo sabía ¿temías que le dijera
que tenías una familia? ¿Fue por eso que pagaste? Eres un maldito
cobarde —Una inevitable lágrima rodó por su mejilla y la limpió con
ira—. No vuelvas a acercarte a mí, no quiero verte la puta cara, no
quiero hacerlo si no es a través de unos barrotes. Entonces lo haré
todos los días hasta que te desintegres y aun así eso no será suficiente
para que pagues —Con toda la furia que lo consumía golpeó el techo del
Bentley, obligando a sus ocupantes a sobresaltarse.
Se alejó un
paso y en ese momento sintió unos pasos apresurados detrás de él, no
tenía que volverse para saber que se trataba de Jackson y Logan.
—Joven Garnett… —la voz agitada de Logan se dejó escuchar.
Los
hombres se apostaron a cada lado de Samuel y de manera instintiva
empuñaron sus armas. Logan la llevaba en la espalda y la de Jackson en
el arnés en su cintura.
—Todo está bien —arrastró las palabras con
los dientes apretados. Era en esos momentos en que odiaba tener que
cargar con las niñeras.
El vidrió del Bentley empezó a ascender,
mientras Henry lo miraba aturdido y Samuel le sostuvo la mirada cargada
de resentimiento, hasta que la ventanilla se interpuso entre el duelo
de miradas y aun así Samuel no se movió del lugar hasta que el auto
arrancó.
En ese momento el teléfono le vibraba en el bolsillo del
pantalón y no pensaba contestarlo, pero una férrea necesidad lo venció y
lo sacó. Apenas vio el nombre que identificaba la llamada entrante,
sintió miedo y cosas terribles se le pasaron por la cabeza, tanto como
para que sus manos temblaran y dudará en responder porque temía que no
fuera ella quien llamaba. Entonces pensó que Brockman simplemente lo
estaba distrayendo o en el más inteligente de los casos usándolo como
coartada.
Cerró los ojos y apretó el móvil con fuerza. Su
corazonada era algo extremista, pero a él nada, absolutamente nada
lograría sorprenderlo. Sabía que tan cruel podría ser la vida y más allá
de pensar que su más grande posibilidad de ganar el caso estaba
perdida, le desesperó el sólo hecho de pensar que algo malo le hubiese
pasado a la señora Illona.
Debía salir de dudas, así que abrió los ojos y el iPhone seguía vibrando ante la llamada entrante. Se armó de valor y atendió.
—Señora Illona —saludó deseando que la voz de ella se dejara escuchar y no la de ningún efectivo policial.
—Sébastien
—Escuchar la voz de la mujer le tranquilizaba los latidos del corazón y
dejó libre un suspiro de alivio—. ¿Cómo estás hijo? No quiero
interrumpir en tu trabajo.
—Bien, estoy bien señora Illona. No se
preocupe, no interrumpe —Dio media vuelta reanudando su camino hasta el
estacionamiento y podía escuchar el eco de los pasos de sus
guardaespaldas al seguirlo—. Estoy en la hora del almuerzo. ¿Usted se
encuentra bien? —preguntó porque definitivamente la llamada lo
sorprendía.
—Sí hijo, estoy muy bien… —La mujer guardó silencio
por varios segundos titubeando sobre el pedido que haría—. ¿Tendrás al
menos diez minutos disponibles para que pases por aquí? —preguntó en voz
baja apenada con Sébastien.
—Sí claro, en pocos minutos estoy con usted —contestó sin importarle que no había almorzado, ya comería cualquier tontería.
—Gracias.
—No
tiene porque —le dijo con una sonrisa tranquilizadora y finalizó la
llamada—. Necesito que me lleven al hotel Stanford. —les pidió a los
guardaespaldas que lo seguían a un paso de distancia. Él no tenía
cabeza, ni mucho menos ganas de conducir.
Al llegar en el estacionamiento subió a la parte trasera de la camioneta y marcó a su secretaría.
—Buenas tardes Vivian. ¿Cómo estás? —Le hizo la pregunta porque apenas tenía tiempo para comunicarse con ella.
—Buenas tardes señor Garnett. Bien gracias ¿y usted?
—Bien,
aunque se me ha presentado un imprevisto y no podré atender la asesoría
del señor Rodríguez, por favor reagéndalo para la fecha más cercana.
—Sí señor, enseguida lo hago.
—Dile que disculpe, pero lo que se me acaba de presentar es de suma importancia.
—No se preocupe señor, déjelo en mis manos —le dijo con voz conciliadora para que su jefe no se sintiera tan presionado.
—Gracias —suspiró apenas de manera perceptible y finalizó la llamada.
Fijó
su mirada en la pantalla del teléfono y con el dedo pulgar bordeaba el
círculo inferior, indeciso entre si llamar a Rachell o escribirle.
Después de casi un minuto se decidió por la segunda opción, al recordar
que debía estar en la sesión fotográfica y una llamada podría ser
inoportuna.
(Disculpen los errores) Gracias por leer. Besos y abrazos!
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