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viernes, 13 de diciembre de 2013

Trilogia Dulces mentiras Amargas verdades - Lily Perozo

Trilogia Dulces mentiras Amargas verdades - Lily Perozo


 

Dulces mentiras Amargas verdades: DECISIONES 3: PRIMER ADELANTO.


Estaba oscuro, el olor a moho y arena mojada, inundaba sus fosas nasales haciéndole reconocer inmediatamente el lugar donde se encontraba, por lo que se llenó de pánico y apenas si podía moverse dentro del reducido lugar subterráneo.

La sed era abrazadora y la humedad hacia que su cuerpo se cubriera en sudor, mientras el corazón amenazaba con reventarle el pecho y aunque tenía ganas de llorar, no lo hacía.

Su orgullo, ese que se fue fortaleciendo con el pasar del tiempo no le permitía derramar lágrimas, no quería que la escuchara llorando y prefería morderse los labios hasta hacerlos sangrar, pero no liberaría los sollozos que se le arremolinaban en la garganta.

La línea de luz superior que se colaba por la rendija de las compuertas de madera, era su única manera de diferenciar el día de la noche, era de día, la luz era más fuerte y no hacia tanto frio, a medida que su vista se acostumbraba a la oscuridad, pudo mirarse las manos y las piernas, no era la niña, ya era la mujer, pero llevaba puesto el vestido de tela de algodón, que había sido blanco con estampados de la muñeca Strawberry Shortcake pero no podía distinguirlos muy bien por el sucio que lo oscurecía.

Se encontraba descalza y su cabello hecho nudos, ya no era la niña, no lo era y no sabía que hacia ahí, todo estaba exactamente igual a como lo recordaba. Definitivamente había sido arrastrada a su pasado. Afuera el viento empezaba a silbar con fuerza y hacia vibrar las hojas de maderas amenazando con arrancarlas, pero no lograba su cometido, y el viento helado se colocaba en el lugar haciendo pequeños remolinos con el aserrín que cubría partes del suelo arenoso.

—¡Rachell! —una voz que reconoció inmediatamente la instó a gatear hasta debajo de las puertas que le servían de techo.

—Señora Amellie… ¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? —no podía controlar las palabras que salían de su boca y sabía a qué día correspondían, por lo que el corazón se le instaló en la garganta y toda ella empezó a temblar, al tiempo que sus lágrimas salían sin control porque sabía el triste desenlace de ese momento.

—No tengas miedo, solo es el viento, parece que viene una tormenta… Te he traído un poco de agua, abre la boca.
Y ella como autómata, como lo había hecho siempre que la encerraban en el mismo lugar y su ángel salvador la saciaba y evitaba que muriese deshidratada. Pegó la boca a la rendija, sintiendo como el chorro de agua la llenaba y con la misma sed que siempre tenía, tragaba y pedía un poco más.

El viento cada vez era más fuerte y ella escuchaba crujir la estructura, la tierra temblaba, la sentía vibrar bajo sus rodillas apoyadas en la arena.

—Se acerca una tormenta, niña aférrate a los muros de madera, hazlo fuerte, yo voy a regresar a la casa, apenas pase la tormenta regresaré y te traeré algo de comer.

—¿Cómo está mi mamá? —preguntó desesperada.

—No lo sé, no la he visto… Me tengo que ir. —La voz de la mujer denotaba urgencia y miedo—. ¿Promete que te vas a aferrar a los muros?

—Lo haré. —contestó con el corazón brincando en la garganta y no había pasado mucho tiempo cuando todo fue más intenso, las hojas de maderas se astillaron y algunas se le incrustaron en la espalda, ante el pánico no pudo sentirlas solo escuchaba como si el mundo afuera se estuviese derrumbando y ella aunque se encontraba encerrada no iba a ser excluida, el suelo se estremecía, los estantillos de roble crujían y todo se hizo más oscuro, cuando todo pasó fue consciente del dolor que le causaban las astillas enterradas en su espalda, así como toda ella temblaba de manera incontrolable y el corazón se le iba a estallar.

Esperó y esperó, llamó a gritos, pidió ayuda, pero no recibía respuestas, escuchaba las sirenas de las patrullas y las ambulancias, la rendija y los huecos que quedaron cuando la compuertas de maderas se fragmentaron, hacían que los rayos del Sol entraran, también los hilos plateados de la Luna o la luz incandescente de los faros de un helicóptero al cual pudo ver a través de los agujeros de la madera, empezó a sentir, mucho frio y las astillas incrustadas en su espalda no dejaba de doler, el cuerpo aumentaba su temperatura y escalofríos empezaron a recorrerla sin piedad.

Sentía la garganta la irritada ante la sed, se sentía débil por la falta de alimentos y la señora Amellie no llegó a darle un poco de agua, como acostumbraba a hacerlo tres o cuatro veces por día, no tuvo fuerzas para seguir gritando y las pocas que mantenía para estar despierta se agotaron y no supo cómo, ni cuándo salió de ese lugar, solo que cuando despertó estaba en un hospital y estaba nuevamente en su cuerpo de niña, compartiendo la habitación con siete niños más, escuchaba a los doctores hablar, de que Tenopah había sido arrasado por dos tornados, el caminar enérgico por los pasillos le hacían saber que habían muchas personas que requerían cuidados médicos.

Las fuerzas habían sido renovadas, ya no sentía dolor, ni ardor en la espalda, mucho menos sentía frio, lo primero que pidió fue un poco de agua y una enfermera que atendía a otro niño dejó su labor de lado y se acercó. Con ternura le tocó la frente.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó con una sonrisa que atrapó a la niña, que la miraba y parpadeaba como si no pudiese creer en el gesto que la mujer vestida de blanco le prodigaba, después de varios segundos, el tiempo que se llevó en procesar la respuesta a la pregunta que le habían hecho, solo asintió muy lentamente, manteniéndose en silencio.

La enfermera se puso de pie y se encaminó a la mesa de metal pintada de blanco donde reposaba una jarra y cuatro vasos sobre una bandeja de acero inoxidable. La mirada de Rachell curiosa y algo atemorizada como la de una animalito silvestre se enfocaba en como el líquido llenaba el vaso y la sed aumentaba, haciéndo la saliva pastosa, por lo que en un instinto primitivo paladeó.  

Cuando por fin tuvo el vaso de cristal entre sus manos le dio un gran trago al vital líquido que refrescó su paladar y garganta, haciéndola jadear graciosamente por lo que la amable mujer con una sonrisa le preguntó si quería más. Ella asintió en silencio enfocando sus grandes ojos que esa mañana eran de un azul verdoso, en el rostro pecoso de la enfermera y como ese animal desconfiado recibía el vaso nuevamente con agua, sin desviar la mirada de la mujer le dio otro gran trago.

—Rachell Winstead. —una enfermera la llamaba desde el quicio de la puerta y ella alzó la mano, tal como hacía en el colegio para que supieran que estaba presente—. Han venido a visitarte.  

Detrás de la enfermera rubia de dulce sonrisa que acaba de llegar, aparecía y una vez más el pánico se abrazó a cada molécula de su ser, quiso salir corriendo o esconderse debajo de la camilla donde estaba acostada, pero se quedó inmóvil apretando con fuerza el vaso, amenazando con romperlo, pero el cristal era resistente y no cedía ante el ímpetu con que ella lo sometía, sin embargo al despertar encontró una manera más eficiente de escapar. 

El corazón se le iba a reventar, se cubrió la cara con las manos y agradeció a Dios que solo fuese una pesadilla, sin embargo no pudo evitar recordar a la señora Amellie, quien murió en el desastre y aunque durante muchos años se dijo que no era su culpa, bien sabía que si lo había sido, porque tal vez le hubiese dado tiempo de refugiarse si no habría ido, a calmarle la sed y regalarle palabras de aliento.  

Y las lágrimas subieron por su garganta hasta derramarse, las cuales se limpiaba, con las mismas ganas con que quería borrar definitivamente esos recuerdos que aunque se empeñase en retenerlos en el pasado ellos buscaban la manera de salir a flote, a torturarla recordándole que no estaba libre, que en cualquier momento podía aparecer y que kilómetros de distancia no eran suficiente para salvarse, todavía sentía miedo. Se encargó de que lo sintiera de por vida.  

Solo esos dos tornados habían azotado a su pueblo y era por el registro que podía saber que cuando eso pasó apenas contaba con diez años, a los cuales le siguieron cinco más de impotencia, rabia, dolor, odio; ese que se alimentaba con cada grito o golpe.

Seguía teniendo el poder para hacerle derramar lágrimas, para hacerla temblar, no podía controlar sus manos las cuales trémulas se las llevó a la boca y ahogó un grito de impotencia, porque era de esa manera que se sentía al saber que no podía someter a sus miedos, que la doblegaban en sus momentos más vulnerable. Se aprovechaban mientras dormía y entonces hacían de ella una marioneta a la cual su más doloroso pasado le movía los hilos.

Salió de la cama y nunca en su vida había sentido tanta tranquilidad al verse desnuda y no llevar una bata de algodón con dibujos infantiles, sin importarle el frio corrió al baño y se miró al espejo y su rostro reflejaba esa mezcla de rabia y temor que sentía, aún sentía la agonía de las astillas de madera en la espalda por lo que se dio media vuelta y miraba por encima de su hombro derecho, no había nada, ni siquiera marcas habían quedado, al menos no de manera superficial, porque las de su alma no terminaban de cicatrizar.

Se giró nuevamente y abrió el grifo, sin esperar que el agua tuviera una temperatura tibia, metió las manos bajo el chorro y el agua helada llenó el hueco de sus manos acunadas, llevándoselas al rostro, lo refrescó, la segunda vez que inundó sus manos el agua se encontraba fresca y la acción la repitió varias veces, hasta que su cuerpo empezó a temblar ante las ráfagas de frio que erizaban cada poro de su piel.

Tomó una toalla pequeña de las que se encontraban doblas a un lado, y mientras secaba su cara, regresó a la cama, sabía que no lograría conciliar el sueño, porque no quería tener otra pesadilla, por lo que se colocó el albornoz de seda en color mostaza que reposaba a un lado del lecho, se calzó con las pantuflas blancas y fue a la cocina por un poco de agua, necesitaba calmarse por lo que se abrazaba, refugiándose en ella misma, era su manera de consolarse e infundirse valor y para que los latidos de su corazón disminuyeran.

A medida que avanzaba quería asegurarse que el escenario donde se encontraba era real, que todo lo que la rodeaba era su presente, ese pasado solo era eso, un pasado que ya no podía lastimarla, ya no podría alcanzarla.

En una resistente necesidad por aferrarse a su realidad, deshizo el abrazo en el cual se refugiaba y estiró los brazos a ambos lados, acariciando con las yemas de sus dedos las paredes, percibiendo el más pequeño detalle de su hogar, de esa soledad que fue la mejor salida al infierno que vivía, recordaba que durante su niñez mientras se tapaba los oídos solo suplicaba estar sola, no escuchar nada y lo había conseguido, ahora lo tenía y el silencio era su mejor aliado, su más tierno arrullo.

Antes de llegar al gran salón que dividía sala, comedor y cocina, percibió el reflejo de algo proveniente de la sala, una vez más el corazón se le instaló en la garganta pensando que, aún no había despertado y que en cualquier momento el escenario cambiaría, que se encontraría la mesa de madera cubierta por el mantel de plástico, la lámpara colgando del techo con su triste luz amarillenta y que ahí estaría, sentado esperando el más mínimo movimiento para explotar y destrozar todo a su paso.

Cerró los ojos y respiró profundo, conteniendo el oxígeno varios segundos, después empezó a soltarlo lentamente, susurrándole a los latidos de su corazón que se tranquilizaran y que sus manos dejaran de temblar porque no podía mostrar miedo, no quería.

Al abrir los ojos, aún el reflejo proveniente de la sala se dejaba ver, retrocedió varios pasos y sus nervios la traicionaron, porque una persona precavida, alguien en su sano juicio, correría a la habitación y se encerraría para llamar a la policía, pero ella en su afán por querer demostrar y demostrarse que podía manejar la situación se acercó a uno de los armarios que se encontraban el pasillo donde sabia tenía un bate de béisbol, con cuidado corrió la puerta, tratando de hacer el menor ruido posible, tanteó y se aferró al mango, lo aseguró entre sus manos y caminó muy despacio, era una estupidez, lo sabía, no podía siquiera controlar el temblor en su cuerpo, pero tampoco podía detenerse en su afán de enfrentarse a lo que fuera que estaba en la sala de su departamento.

El tercer libro de la trilogía Dulces mentiras Amargas verdades: Decisiones 3. Todavía no tiene fecha de publicación.


 

6 comentarios:

  1. Hola me gustaría saber si ya salio el tercer libro de dulces mentiras amargas verdades. Muy bueno el blog!.

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    1. Hola Mica, todavia no ha salido pero esperamos que salga para finales de mes o comienzo de abril.

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  2. lo espero con ansias.
    Me gusta tu blog felicidades

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    Respuestas
    1. Holaaa, Muchas gracias lo hacemos con mucho cariño y esfuerzo ♥

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  3. Abre las piernas le pidio en un susurro ahogada succionado lánguidamente el labio inferior de audrey pero ella no lo hizo haciendo mas dolorosa su erccion que queria ahogarse en el fuego que habia entre los muslos de la chica

    Busco este libro y google me trago aqui .

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