É POR AMOR (Tercer Adelanto)
Gracias Lily por regalarno este dulce y sexi adelanto... Ya queremos que llegue Agosto!!
No
salieron por el lobby como ella esperaba, lo hicieron por un pasillo
secreto que los llevó a una salida lateral donde los esperaba un auto
negro. Nadie además del chofer los había visto.
Rachell admiraba
la vida nocturna de Ámsterdam, absorta en sus pensamientos y los miedos
comunes que la atacaban ante lo desconocido. Sintió los dedos tibios de
Samuel buscar los suyos hasta que posó su mano encima de la de ella que
reposaba sobre el asiento del auto. Y ese toque se convirtió en un
agarre protector.
Cuando llegaron a Rachell el corazón se le
instaló en la garganta, parecía un tambor en algún rito y no podía
controlarlo. El auto se detuvo en una calle muy estrecha y oscura, para
Rachell era un callejón sin salida en el que sólo había una puerta
lateral, y en el preciso momento en que bajaron la puerta se abrió y una
luz tenue les alumbró el camino que los condujo a otro pasillo, donde
los esperaban un hombre y una mujer que le dieron la bienvenida en
perfecto inglés.
Samuel le dio la mano y seguían a la pareja, a
los oídos de Rachell empezaba a llegar música ahogada desde algún lugar.
Entraron a un ascensor y subieron tres pisos. Un vestíbulo iluminado a
medias por luces púrpuras con una decoración sobria y elegante los
recibió.
Atravesaron un espacioso lugar y ante ellos unas puertas
dobles en color negro fueron abiertas. La música lounge se dejó
escuchar con claridad, pero no era estridente. Salieron a un palco y
debajo había un mar de personas bailando y tomando: simplemente
pasándola bien.
La mirada de Rachell captó una gran jaula dorada
que era una extensión de uno de los palcos e inmediatamente una
sensación agónica la invadió, excitación entre sus muslos y presión en
su pecho.
Los cambios y juegos de luces del lugar lo hacían más
atrayente. Ella miraba todo a su alrededor tratando de adaptarse al
ambiente, y entonces vio que en el suelo en la planta baja había una
pareja besándose en algo que simulada ser una pecera subterránea. En una
de las paredes laterales había empotrado un cubículo de cristal que
mostraba a otra pareja en un cuarto para prácticas de BDSM. Se mantenían
en el lugar pero inalcanzables para los que disfrutaban de la
discoteca. Entonces comprendió que eran las áreas VIP del lugar. En las
que sólo podrían tener sexo y exhibirse quienes tenían el privilegio.
Le
abrieron la reja dorada que fungía de puerta de la jaula y el suelo era
de algún material acrílico que lo hacia semi trasparente y que cambiaba
de color según las luces de la discoteca. Que en ese momento era verde.
Había una mesa que ofrecía algunos aperitivos y bebidas entre
alcohólicas o refrescantes. Un diván rojo que tenía la forma de una S y
en cada esquina unas colgaduras de terciopelo rojo para hacer la jaula
más privada en algún momento, si así lo requería la pareja. La puerta se
cerró y ellos quedaron dentro de la jaula.
—¿Cuántas veces has
estado aquí antes? —preguntó Rachell tratando de persuadir a su mirada
curiosa que dejara de espiar las ardientes caricias que se prodigaban
los de la pecera.
—En la jaula es primera vez, he estado cinco
veces, tres como cualquiera de los que están allá abajo y dos en otro
salón que está debajo de nosotros y que no puedes ver desde aquí.
—¿Y qué has hecho ahí? Claro si se puede saber.
—No
he sido un santo Rachell —advirtió con voz en remanso y le llevaba las
manos a las caderas, deleitándose con la sensación de sentir las
curvas de su mujer vestida de látex.
—Estoy segura que no lo has
sido. Si crees que es muy fuerte y que no soy lo suficiente madura como
para aceptarte con todo y tus perversidades. Entonces no me lo digas.
—Tampoco
he llegado al punto de ser perverso —Se acercó a la mesa donde estaban
las bebidas y los aperitivos. Sacó la botella de champán de la hielera y
sirvió en dos copas—, pero estás usando una buena táctica para sacarme
información. Mejor te hubiese dicho que esto me lo ofrecieron en la guía
turística —masculló las últimas palabras entregándole la copa a
Rachell.
—Simplemente me gustaría saberlo, sé que es parte de tu pasado. Quiero saber que tan travieso has sido.
Samuel
le tomó una de las manos y al guió al diván. Él se sentó a ahorcajada y
ella de lado, el vestido no le permitía grandes movimientos, se echó la
capa hacia atrás dejando sus hombros al descubierto.
—Aún sigo
siendo travieso, pero todas mis travesuras quiero cumplirlas contigo —le
depositó un beso en uno de los hombros y ella trató de esconder el
suspiro que se le arremolinó en el pecho al sentir la agradable
temperatura de los labios enfriados por la champán—. En ese cuarto, que
está debajo de nosotros se hacen reuniones rainbow.
—¿Gay? Es que el arcoíris es la bandera gay ¿o me equivoco? —preguntó alzando una ceja con displicencia.
Samuel
soltó una seductora carcajada y las pupilas de ella siguieron
atentamente el movimiento de la nuez de Adán en la garganta de Samuel.
—Hasta
ahora no he tenido ninguna experiencia homosexual —alegó con
despreocupación—. La fiesta rainbow, consiste en que uno queda en medio
de una rueda de siete mujeres, cada una representa los colores del
arcoíris y se pintan los labios con el color que le corresponde. Yo sólo
tengo que bajarme los pantalones. Y ellas se encargan de crearme un
hermoso arcoíris en el pene.
Rachell dejó caer la frente contra
sus rodillas, cerró los ojos y negaba con un lento movimiento de cabeza.
Samuel no sabía cómo interpretar esa reacción en ella. Seguramente
estaba decepcionada y le pediría que se largaran del lugar. No debió ser
tan sincero.
—Definitivamente la próxima vez no cogeré con
alguien a quien no le conozca el historial médico —murmuró en medio de
un lamento. Arrepintiéndose de haber confiado en Samuel de la noche a la
mañana y entregarse sin protección y mucho menos sin estar segura de
que no padecía ningún tipo de enfermedad—. Ahora puedes burlarte de las
caóticas y tristes mamadas que te he dado.
Samuel se agazapó acercándose a ella, la envolvió en sus brazos y le dio un beso en la mejilla.
—Definitivamente
no habrá una próxima vez, no insinúes que esperas que algún día haya
otro después de mí, no mientras estés conmigo. No me hagas esto… Rach
—suplicó con dientes apretados, conteniendo la molestia y el dolor que
le provocaron las palabras de ella—, no quiero imaginar que otro pueda
gozar con tus caóticas y tristes mamadas que para mí son inigualables,
son las mejores. No tienes la puta idea de lo que me hacen sentir. Es
algo que va más allá de lo sexual, mucho más, no es un placer que se
centre únicamente en mi pene, es algo que lo abarca todo. Es el placer
que me invade al ver tu cara de niña traviesa, es la complicidad que
hemos creado y que nunca hallé en ninguna otra mujer. Llevamos ocho
meses y te tengo tantas ganas como cuando no te dignabas a condolerte
por mis atormentadas erecciones. Eso nunca me había pasado —le susurró
cada palabra al oído y Rachell se mantuvo inmóvil, tratando de lidiar
con las emociones que despertaba Samuel.
—Estás intentado
levantarme el autoestima y hacerme sentir segura, después del revolcón
que me has dado al confesarme tus experiencias sexuales.
Samuel le llevó una de las manos al mentón y la instó a que levantara la cara y lo mirara a los ojos.
—Te
estoy diciendo la verdad —le dijo con total convicción y con la mirada
fija en las pupilas dilatadas de ella—. No me caracterizo por decir
mentiras y a ti menos que nadie. Ahora, por qué no me besas y te
aseguras de que me tienes en tus manos, de que me tienes colgado en tus
ganas.
—¿Estás seguro que nadie podrá reconocernos?
—Estoy
seguro que no tendrán pruebas para hacerlo. Nadie podrá probar que
Rachell Winstead y Samuel Garnett estuvieron cogiendo en una jaula
delante de docenas de personas en un club voyeur en Ámsterdam. ¿Confías
en mí?
Rachell lo miró a los ojos esos que se notaban más claros y
más grandes por estar enmarcados con el negro del antifaz. Deliberando
la respuesta que daría, sabía que entregar su confianza que era lo
único que tenía, era darle todo el poder a Samuel.
—Sí, confío —murmuró su entrega y él le sonrió complacido y totalmente agradecido.
Se acercó a él y le ofreció su boca, rozando sus labios contra los masculinos para tentarlo.
Samuel colocó la copa en el suelo y le quitó la de ella dejándola a un lado de la de él.
Rachell
sintió como las manos de Samuel se le apoderaron del cuello y una vez
más caía sin remedio en ese vórtice que creaba él con sus besos. La
lengua la llenaba toda y abría más su boca para dejarlo entrar y que
acariciara cada recoveco. Cada vez que se deslizaba dentro y fuera o se
enredaba en la de ella le aceleraba la respiración y los latidos de
todo el cuerpo.
Las manos de Rachell empezaban a olvidarse del
lugar donde se encontraban, de que quizá muchas miradas estaban sobre el
espectáculo que estaban ofreciendo. Ellas sólo tironeaban de la corbata
la que dejaba a media y se iban al saco, porque no terminaban de
decirse por qué prenda deshacerse primero.
Samuel le cerraba la
cintura con las manos y la pegaba a su cuerpo, pero no podía hacerlo
tanto como quería, por lo que empezó a subir el vestido, esa prenda
aunque la hacía lucir como una diosa erótica, era un estorbo en el
preciso momento en que él quería mostrarle cuanto la deseaba.
—Única,
divina, mi perdición, mi maldita perdición —murmuraba Samuel entre
besos que repartía por el cuello de Rachell y le deshacía el lazo de la
capa la que cayó a un lado del diván—. Ven aquí Rach —pidió una vez
que le había arremolinado la parte inferior del vestido en la cintura y
se dio cuenta que no llevaba ropa interior, siendo ese detalle el
detonante para que la sangre corriera sin piedad hacia su miembro,
obligándolo elevarse con cada latido.
La jaló hacia su cuerpo que adhirió al sofá y ella se abrió de piernas para sentarse sobre los muslos de él.
Rachell
aún no le quitaba la corbata y le empezaba a desabotonar la camisa
mientras él le ayudaba a quitarse el saco, el cual terminó encima de la
capa.
—Aún estamos a tiempo si no quieres hacerlo aquí —le
advirtió porque sabía que apenas se quitara la camisa de ahí no lo
sacaría nadie.
—Te estoy dando tu regalo, era esto lo que querías —contestó ella con la voz agitada por la falta de oxígeno.
—No
quiero que te sientas obligada a hacerlo, si quieres olvida el regalo,
pero no quiero que algún día me recrimines esta acción.
Rachell le
tomó una de las manos y se la llevó a la entre pierna, jadeó y cerró
los ojos en el momento en que utilizó dos de los dedos de Samuel para
penetrarse.
—¿Te parece que me estás obligando? —le preguntó
mientras era ella quien imponía el movimiento a los dedos de Samuel
entrando y saliendo de su cuerpo y con su boca a medio abrir se le
robaba el aliento al chico. Sonreía y cerraba los ojos, moviendo sus
caderas al tiempo que succionaba su particular instrumento de placer.
A
Samuel no le quedaron dudas al sentir como Rachell bañaba sus dedos con
sus benditas y tibias sabias. No podía quedarse sin hacer nada y
utilizó su pulgar para abrirse espacio entre los pliegues y rebuscar
hasta encontrar el clítoris erecto a la espera de que él lo estimulara.
El
chico con la mano libre tiró de la cola de caballo y su boca ansiosa se
le fue al cuello y pecho de Rachell, lamió y mordisqueó cada pedacito
de piel erizada. Ella jadeaba y se movía sin control sin importarle la
integridad de los pobres dedos del fiscal.
—Mis dudas se fueron a
la mierda, lo estás disfrutando más que yo y eso que tenía las pelotas
en la garganta por el miedo —le confesó con sus labios temblorosos sobre
los de ella y se miraban directamente a los ojos, se miraban el alma
que se asomaba a las pupilas—. Temía que te escandalizaras y cambiaras
la percepción que tienes acerca de mí.
Rachell sonrió y le
mordisqueó los labios, hasta que los jadeos de placer se le
arremolinaron en la garganta y su cuerpo se convirtió en cúmulo de
temblores.
—Sé lo jodidamente perdido que estás —le dijo con voz
ahogada y una contracción orgásmica la asaltó sin piedad, esa que
precedió a una ráfaga rápida de espasmos que la hicieron perderse en una
nube de placer inigualable—. Pero quiero perderme contigo y estoy
dispuesta a sufrir las consecuencias —le aseguró con la mirada nublada
por el orgasmo que hacia estragos en ella.
Samuel batallaba con su
erección mientras se llenaba la vista con su mujer enfundada con el
antifaz de mariposa y embelesado disfrutaba de ella con los ojos
cerrados y la sonrisa que reflejaba el éxtasis que la mantenía
prisionera.
Eran el centro de atención de más de una mirada que
disfrutaba de las caricias que cada vez eran más ardientes entre ellos,
miradas que disfrutaban con el placer que los colmaba y sin embargo para
Samuel y Rachell los fisgones no existían.
La prisión de carnes y
sabias liberó a los prisioneros exhaustos y mojados. Samuel se aflojó
un poco más la corbata y se la sacó por la cabeza, lanzándola al suelo.
Mientras disfrutaba de los pezones erguidos de su mujer vestidos de
látex.
Rachell buscó la cremallera que el vestido tenía a un
costado y empezó a bajársela, pero al estar sentada no podía quitarse la
prenda y se puso de pie a un lado dándole la espalda al público que la
admiraba se quedó desnuda y bajó de los zapatos, quedándose descalza
sobre el suelo de acrílico que en ese momento era morado.
Samuel
hizo lo mismo y se desvistió tratando de hacerlo lentamente y no
dejarse llevar por la ansiedad, hasta que su cuerpo con ese bronceado
latino quedó expuesto en medio de la jaula.
—Está en celo la
pantera —dijo Rachell al ver que la erección de Samuel se elevaba
imponente y se mordió el labio irresoluta entre si dejarse llevar por
sus deseos o reprimir su acciones por el lugar en el que se encontraba.
No sabía cuan abiertamente podría mostrarse.
Su mirada escurridiza
recorría el cuerpo de Samuel y pasaba de la sonrisa sátira que
adornaban los labios masculinos, al pene irreverente.
Él
comprendió el pedido que Rachell le hacía con su mirada y le asintió en
silencio concediéndole el permiso para que hiciera lo que le diera la
gana. Le tendió la mano y ella correspondió al llamado, al aferrarse al
agarré la jaló a su cuerpo y una vez más la besó, todo lo que quiso y
todo lo que ella se dejó, porque la boca de Rachell se le escapó
dejándole caer besos y pequeñas succiones por el cuello.
Siguió
por su pecho y le arrancó varias exclamaciones de placer cuando se
detuvo en las tetillas e hizo derroche con su boca, las succionó,
mordió, lamió y siguió regalándole caricias de lengua que intercalaba
con besos cortos y húmedos por todo su abdomen.
Rachell se puso de
rodillas y elevó la cabeza para mirarlo los ojos, le sonrió y él
también lo hizo, además le regaló tiernas caricias en los labios y las
mejillas, rozaba con la yema de sus dedos la línea de la mandíbula,
perdido en esa sonrisa y mirada de niña sagaz, mientras ella le
acariciaba las nalgas.
Aunque estuviesen enmascarados se
reconocían por su forma de mirar y sonreír, se reconocerían aún si no
pudiesen mirarse porque ya conocían las caricias, ya los cuerpos
reconocían sus manos.
Rachell se relamió los labios y aspiró
profundo para llenarse de ese aroma sexual que tenía a un palmo de
distancia. Utilizó únicamente los dedos pulgar e índice para sostener la
erección y pasó lentamente la punta de la lengua por la pequeña
abertura en medio del glande y arrastró el sabor salado que le regaló la
gota que lo coronaba.
Samuel se estremeció y ella no le dejaría
tregua, bordeó ese cono casi esférico que tanto le gustaba, era suave y
esponjoso, así que no le negaría a su lengua el placer de sentir las
texturas, surcó en miles de viajes ese pequeño lugar rosáceo que ante
sus caricias aumentaba de color.
Se alejó un poco y salivó,
paladeando y distinguiendo el sabor mientras le sonreía y él le limpiaba
con uno de los pulgares la mezcla de saliva y savia que se escurría por
una de las comisuras. Rachell se pasó la lengua por la comisura que
Samuel limpiaba y tanteó el dedo, invitándolo a que le permitiera
chupárselo y él comprendió inmediatamente el pedido de su mujer.
Rachell
succionó el dedo y al liberarlo regresó al pene, al que le acarició el
cuerpo vigoroso y venoso con los labios, los mordisqueó muy suavemente y
lo succionó. Lo hizo en varias oportunidades hasta que decidió anclarse
en los testículos los que lamió a su gusto y hasta abrió muy grande la
boca para poder metérselos.
—Me gusta ver como disfrutas el abono
de familia —Samuel gruñó la acepción brasileña que se le daba a los
testículos, mientras se contenía ante el placer. No quería quemar el
momento con algún arrebato, quería alargar cada sensación que Rachell le
brindaba, vivir ese esmero que ella le estaba prodigando y aunque se le
reventara el pecho no iba a apresurar las cosas.
Ella sonriente,
regresó al glande, respiró profundo y como la más golosa de las mujeres
se lo llevó entero a la boca, lo deslizó varias veces dentro y fuera,
hasta que llegó al límite y la arcada no se hizo esperar, pero eso no la
detendría en su misión de brindarle placer a su fiscal, ni mucho menos
de vivir el placer que ella misma sentía al hacerlo.
—Menina —esa
manera de llamarla se le escapó, con el pecho agitado y casi sin aliento
le tomó una de las manos y la invitó a ponerse de pie.
La abrazó y
empezó a cubrirle el rostro a besos, uno detrás de otro, agradeciéndole
por ese maravilloso placer que le regalaba, le besó los labios y pidió
permiso con su lengua para invadirla.
Samuel la besaba con ímpetu y
le acariciaba las nalgas, mientras ella lo sentía amenazante y viscoso
contra su vientre. Las notas instrumentales del lounge les hacían más
íntima la entrega, cada beso, cada caricia y mirada.
—¿Quieres que
nos acerquemos más a la reja? —preguntó tanteando las posibilidades,
consciente de que entre más cerca de las verjas más estarían a la vista
del público.
Una vez más ella sopesaba las posibilidades y esa
noche empezaba a desconocerse cuando le tomó una mano a Samuel y lo
guió. Él se mantuvo un paso detrás de ella. Sin soltarle la mano
llegaron al límite de la dorada jaula.
—Esta Pantera podría pasar
su vida entera encerrada si lo dejan con esta Mariposa revoloteando a su
alrededor —le susurró acoplándose al cuerpo de ella.
—Me quedaré
surcando tus cielos, invadiré con mis aleteos tu espacio —confesó
aferrándose a los barrotes dorados y su derrier iba en busca de esa
erección.
Rachell gimió bajito al sentir la suavidad del glande
acariciar las puertas de su placer, se anunciaba y ella se derretía
ansiosa.
Samuel se apoderó de las nalgas de su mujer y se las
acarició y estrujó a su gusto, hasta que sus dedos irrespetuosos
buscaron humedad entre los pliegues de Rachell, robándose cada gota e
impregnó su glande, lo hizo un par de veces, hasta que considero que
entraría sin ninguna dificultad.
Esa sensación de gloria que se le
arremolinaba en el pecho, vientre y testículos cada vez que se sumergía
en ese cielo que ella tenía entre los muslos amenazaba con hacerle
estallar en mil pedazos. La tomó por las caderas, asegurando al
hambriento huésped que latía emocionado envuelto en carnes belicosas.
Empezó
a moverse lentamente, dentro y fuera, fuera y dentro, muy lento, tan
lento que Rachell agonizaba, pero él quería que ella fuese consciente de
toda su longitud, de todo lo que era esa parte de su cuerpo que la
invadía, que irrumpía una y otra vez.
Se empalmó completamente en
ella y le agarró la mandíbula haciéndole volver el rostro para que lo
besara de esa manera tan sexual y depravada con que lo hacían una vez
que se dejaban llevar por la lujuria y él empezó a aumentar la velocidad
del movimiento de sus caderas haciéndolo de abajo hacia arriba. Con uno
de sus brazos le cerró el torso para que no se alejara.
—Gracias por este regalo, creo que últimamente me estás consintiendo demasiado —dijo él calentándole los labios con su aliento.
—Gracias
a ti por creer en mí y por apoyarme, por servirme de impulso y ser
parte de esa plataforma de la cual despegan mis sueños. Gracias por
casi atropellarme Samuel Garnett —le dijo con la mirada fija en las
pupilas agrandadas de él, mientras todo su cuerpo temblaba por el
delirio al que era sometido.
—Volvería a hacerlo, juro por lo más
sagrado que hay en mi vida y que tengo entre mis brazos que volvería a
hacerlo —musitó con toda la sinceridad que poseía y el movimiento de su
pelvis empezaba a cobrar más intensidad.
Rachell le dio otro beso y
volvió la cabeza al frente se aferró con mayor fuerza a los barrotes
color oro y Samuel se amarró a las caderas haciendo sus acometidas más y
más rápidas e intensas. Sus senos quedaban al aire moviéndose al ritmo
que Samuel marcaba con sus arremetidas. Por un momento su mirada se
paseó por las personas que la admiraban, al menos la totalidad del
público no se fijaba en ellos, algunos estaban observando como en el
cubículo de cristal el hombre le daba sexo oral a la mujer que estaba
atada de pies y manos a los cuatro pilares de la cama.
En la
pecera la mujer cabalgaba con gran energía y deleite al hombre acostado,
admitía que su excitación crecía al ver esas escenas. Sin proponérselo
hizo contacto visual con el hombre de la pecera y se sintió incomoda por
lo que la desvió rápidamente hacia los espectadores y más de uno se
tocaba por encima de la vestimenta.
Samuel sintió el cuerpo de
Rachell tensarse un poco y él supuso a que se debía, por lo que salió de
ella y le dio la vuelta. La pegó contra la jaula y le tomó una pierna
elevándola y dejándola descansar en uno de sus antebrazos, dejándola
parada sobre un pie, pero él le sirvió de apoyo en el momento en que la
penetró nuevamente. La besó para que supiera que todo estaba bien, que
él estaba ahí con ella, mientras se movía con vigor.
Rachell vivió
la experiencia de un nuevo orgasmo y Samuel esperó que se recuperara un
poco, para llevársela al diván. Donde se sentó y ella lo hizo de
espaldas a él con las piernas abiertas.
Rachell se movió tal como
su cuerpo se lo pedía y nunca había experimentado otro orgasmo tan
seguido, aturdida y descontrolada lo vivió a plenitud. El corazón se le
iba a salir por la boca y eso no le importaba, no le interesaba si moría
porque esa sacudida lo valía.
—Así Rach… Menina, vas a enloquecerme, así, muévete así. Eu sou louco por você.
Rachell
sonreía y se movía acoplándose al ritmo que él imponía con las manos en
sus caderas, adoraba cuando se convertía en ese ser que demandaba por
placer. Era un jodido arrogante que no se desdibujaba ni en medio de un
orgasmo.
Aún unidos esperaron que las respiraciones se calmaran y
aplacaron la sed con champán. Samuel le entregó la capa para que se
cubriera el cuerpo.
—Toma —le dijo tendiéndole los slips en color negro—. No quiero que esas mironas se fijen en ti más de la cuenta.
Samuel
se colocó la prenda con una sonrisa satírica y se fue a la mesa en
busca de algo para reponer energías. Agarró la cesta de frutas e invitó a
Rachell a que se sentara en el diván. Él también lo hizo y disfrutaron
del aperitivo, mientras conversaban. Hasta que las ganas de tener sexo
saltaron al ruedo nuevamente.
(Disculpen los errores, está sin editar)
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