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sábado, 5 de julio de 2014

Tercer adelanto de Dulces Mentiras Amargas Verdades: É POR AMOR...

É POR AMOR (Tercer Adelanto)

Gracias Lily por regalarno este dulce y sexi adelanto... Ya queremos que llegue Agosto!! 

No salieron por el lobby como ella esperaba, lo hicieron por un pasillo secreto que los llevó a una salida lateral donde los esperaba un auto negro. Nadie además del chofer los había visto.
Rachell admiraba la vida nocturna de Ámsterdam, absorta en sus pensamientos y los miedos comunes que la atacaban ante lo desconocido. Sintió los dedos tibios de Samuel buscar los suyos hasta que posó su mano encima de la de ella que reposaba sobre el asiento del auto. Y ese toque se convirtió en un agarre protector.
Cuando llegaron a Rachell el corazón se le instaló en la garganta, parecía un tambor en algún rito y no podía controlarlo. El auto se detuvo en una calle muy estrecha y oscura, para Rachell era un callejón sin salida en el que sólo había una puerta lateral, y en el preciso momento en que bajaron la puerta se abrió y una luz tenue les alumbró el camino que los condujo a otro pasillo, donde los esperaban un hombre  y una mujer que le dieron la bienvenida en perfecto inglés.
Samuel le dio la mano y seguían a la pareja, a los oídos de Rachell empezaba a llegar música ahogada desde algún lugar. Entraron a un ascensor y subieron tres pisos. Un vestíbulo iluminado a medias por luces púrpuras con una decoración sobria y elegante los recibió. 
Atravesaron un espacioso lugar y ante ellos unas puertas dobles en color negro fueron abiertas. La música lounge se dejó escuchar con claridad, pero no era estridente. Salieron a un palco y debajo había un mar de personas bailando y tomando: simplemente pasándola bien.
La mirada de Rachell captó una gran jaula dorada que era una extensión de uno de los palcos e inmediatamente una sensación agónica la invadió, excitación entre sus muslos  y presión en su pecho.
Los cambios y juegos de luces del lugar lo hacían más atrayente. Ella miraba todo a su alrededor  tratando de adaptarse al ambiente,  y entonces vio que en el suelo en la planta baja había una pareja besándose en algo que simulada ser una pecera subterránea. En una de las paredes laterales había empotrado un cubículo de cristal que mostraba a otra pareja en un cuarto para prácticas de BDSM. Se mantenían en el lugar pero inalcanzables para los que disfrutaban de la discoteca. Entonces comprendió que eran las áreas VIP del lugar.  En las que sólo podrían tener sexo y exhibirse quienes tenían el privilegio.
Le abrieron la reja dorada que fungía de puerta de la jaula y el suelo era de algún material acrílico que lo hacia semi trasparente y que cambiaba de color según las luces de la discoteca. Que en ese momento era verde. Había una mesa que ofrecía algunos aperitivos y bebidas entre alcohólicas o refrescantes. Un diván rojo que tenía la forma de una S y en cada esquina unas colgaduras de terciopelo rojo para hacer la jaula más privada en algún momento, si así lo requería la pareja. La puerta se cerró y ellos quedaron dentro de la jaula.
—¿Cuántas veces has estado aquí antes? —preguntó Rachell tratando de persuadir a su mirada curiosa que dejara de espiar las ardientes caricias que se prodigaban los de la pecera.
—En la jaula es primera vez, he estado cinco veces, tres como cualquiera de los que están allá abajo y dos en otro salón que está debajo de nosotros y que no puedes ver desde aquí.
—¿Y qué has hecho ahí? Claro si se puede saber.

—No he sido un santo Rachell —advirtió con voz en remanso y le llevaba las manos  a  las caderas, deleitándose con la sensación de sentir las curvas de su mujer vestida de látex.
—Estoy segura que no lo has sido. Si crees que es muy fuerte y que no soy lo suficiente madura como para aceptarte con todo y tus perversidades. Entonces no me lo digas.
—Tampoco he llegado al punto de ser perverso —Se acercó a la mesa donde estaban las bebidas y los aperitivos. Sacó la botella de champán de la hielera y sirvió en dos copas—, pero estás usando una buena táctica para sacarme información. Mejor te hubiese dicho que esto me lo ofrecieron en la guía turística —masculló las últimas palabras entregándole la copa a Rachell.  
—Simplemente me gustaría saberlo, sé que es parte de tu pasado. Quiero saber que tan travieso has sido.  
Samuel le tomó una de las manos y al guió al diván. Él se sentó a ahorcajada y ella de lado, el vestido no le permitía grandes movimientos, se echó la capa hacia atrás dejando sus hombros al descubierto.
—Aún sigo siendo travieso, pero todas mis travesuras quiero cumplirlas contigo —le depositó un beso en uno de los hombros y ella trató de esconder el suspiro que se le arremolinó en el pecho al sentir la agradable temperatura de los labios enfriados por la champán—. En ese cuarto, que está debajo de nosotros se hacen reuniones rainbow.
—¿Gay? Es que el arcoíris es la bandera gay ¿o me equivoco? —preguntó alzando una ceja con displicencia.
Samuel soltó una seductora carcajada y las pupilas de ella siguieron atentamente el movimiento de la nuez de Adán en la garganta de Samuel.
—Hasta ahora no he tenido ninguna experiencia homosexual —alegó con despreocupación—. La fiesta rainbow, consiste en que uno queda en medio de una rueda de siete mujeres, cada una representa los colores del arcoíris y se pintan los labios con el color que le corresponde. Yo sólo tengo que bajarme los pantalones. Y ellas se encargan de crearme un hermoso arcoíris en el pene.
Rachell dejó caer la frente contra sus rodillas, cerró los ojos y negaba con un lento movimiento de cabeza. Samuel no sabía cómo interpretar esa reacción en ella. Seguramente estaba decepcionada y le pediría que se largaran del lugar. No debió ser tan sincero.
—Definitivamente la próxima vez no cogeré con alguien a quien no le conozca el historial médico —murmuró en medio de un lamento. Arrepintiéndose de haber confiado en Samuel de la noche a la mañana y entregarse sin protección y mucho menos sin estar segura de que no padecía ningún tipo de enfermedad—. Ahora puedes burlarte de las caóticas y tristes  mamadas que te he dado.
Samuel se agazapó acercándose a ella, la envolvió en sus brazos y le dio un beso en la mejilla.
—Definitivamente no habrá una próxima vez, no insinúes que esperas que algún día haya otro después de mí, no mientras estés conmigo. No me hagas esto… Rach —suplicó con dientes apretados, conteniendo la molestia y el dolor que le provocaron las palabras de ella—, no quiero imaginar que otro pueda gozar con tus caóticas y tristes mamadas que para mí son  inigualables, son las mejores. No tienes la puta idea de lo que me hacen sentir. Es algo que va más allá de lo sexual, mucho más, no es un placer que se centre únicamente en mi pene, es algo que lo abarca todo. Es el placer que me invade al ver  tu cara de niña traviesa, es la complicidad que hemos creado y que nunca hallé en ninguna otra mujer.  Llevamos ocho meses y te tengo tantas ganas como cuando no te dignabas a condolerte por mis atormentadas erecciones.  Eso nunca me había pasado —le susurró cada palabra al oído y Rachell se mantuvo inmóvil, tratando de lidiar con las emociones que despertaba Samuel.
—Estás intentado levantarme el autoestima y hacerme sentir segura, después del revolcón que me has dado al confesarme tus experiencias sexuales.
Samuel le llevó una de las manos al mentón y la instó a que levantara la cara y lo mirara a los ojos.
—Te estoy diciendo la verdad —le dijo con total convicción y con la mirada fija en las pupilas dilatadas de ella—. No me caracterizo por decir mentiras y a ti menos que nadie. Ahora, por qué no me besas y te aseguras de que me tienes en tus manos, de que me tienes colgado en tus ganas.
—¿Estás seguro que nadie podrá reconocernos?
—Estoy seguro que no tendrán pruebas para hacerlo. Nadie podrá probar que Rachell Winstead y Samuel Garnett estuvieron cogiendo en una jaula delante de docenas de personas en un club voyeur en Ámsterdam. ¿Confías en mí?
Rachell lo miró a los ojos esos que se notaban más claros y más grandes por estar enmarcados con el negro del antifaz.  Deliberando la respuesta que daría, sabía que entregar su confianza que era lo único que tenía, era darle todo el poder a Samuel.
—Sí, confío —murmuró su entrega y él le sonrió complacido y totalmente agradecido.
Se acercó a él y le ofreció su boca, rozando sus labios contra los  masculinos para tentarlo.
Samuel colocó la copa en el suelo y le quitó la de ella dejándola a un lado de la de él.
Rachell sintió como las manos de Samuel se le apoderaron del cuello y una vez más caía sin remedio en ese vórtice que creaba él con sus besos. La lengua la llenaba toda y abría más su boca para dejarlo entrar y que acariciara cada recoveco. Cada vez que se deslizaba dentro  y fuera o se enredaba en la de ella le aceleraba la respiración y los latidos de todo el cuerpo.
Las manos de Rachell empezaban a olvidarse del lugar donde se encontraban, de que quizá muchas miradas estaban sobre el espectáculo que estaban ofreciendo. Ellas sólo tironeaban de la corbata la que dejaba a media y se iban al saco, porque no terminaban de decirse por qué prenda deshacerse primero.
Samuel le cerraba la cintura con las manos y la pegaba a su cuerpo, pero no podía hacerlo tanto como quería, por lo que empezó a subir el vestido, esa prenda aunque la hacía lucir como una diosa erótica, era un estorbo en el preciso momento en que él quería mostrarle cuanto la deseaba.
—Única, divina, mi perdición, mi maldita perdición —murmuraba Samuel entre besos que repartía por el cuello de Rachell  y le deshacía el lazo de la capa la que cayó a un lado del diván—. Ven aquí Rach  —pidió una vez que le había arremolinado la parte inferior del vestido en la cintura y se dio cuenta que no llevaba ropa interior, siendo ese detalle el detonante para que la sangre corriera sin piedad hacia su miembro, obligándolo elevarse con cada latido.  
La jaló hacia su cuerpo que adhirió al sofá y ella se abrió de piernas para sentarse sobre los muslos de él.
Rachell aún no le quitaba la corbata y le empezaba a desabotonar la camisa mientras él le ayudaba a quitarse el saco, el cual terminó encima de la capa.
—Aún estamos a tiempo si no quieres hacerlo aquí —le advirtió porque sabía que apenas se quitara la camisa de ahí no lo sacaría nadie.
—Te estoy dando tu regalo, era esto lo que querías —contestó ella con la voz agitada por la falta de oxígeno.
—No quiero que te sientas obligada a hacerlo, si quieres olvida el regalo, pero no quiero que algún día me recrimines esta acción.
Rachell le tomó una de las manos y se la llevó  a la entre pierna, jadeó y cerró los ojos en el momento en que utilizó dos de los dedos de Samuel para penetrarse.
—¿Te parece que me estás obligando? —le preguntó mientras era ella quien imponía el movimiento a los dedos de Samuel entrando y saliendo de su cuerpo y con su boca a medio abrir se le robaba el aliento al chico. Sonreía y cerraba los ojos, moviendo sus caderas al tiempo que succionaba su particular instrumento de placer.
A Samuel no le quedaron dudas al sentir como Rachell bañaba sus dedos con sus benditas y tibias sabias. No podía quedarse sin hacer nada y utilizó su pulgar para abrirse espacio entre los pliegues y rebuscar hasta encontrar el clítoris erecto a la espera de que él lo estimulara.
El chico con la mano libre tiró de la cola de caballo y su boca ansiosa se le fue al cuello y pecho de Rachell, lamió y mordisqueó cada pedacito de piel erizada. Ella jadeaba y se movía sin control sin importarle la integridad de los pobres dedos del fiscal.
—Mis dudas se fueron a la mierda, lo estás disfrutando más que yo y eso que tenía las pelotas en la garganta por el miedo —le confesó con sus labios temblorosos sobre los de ella y se miraban directamente a los ojos, se miraban el alma que se asomaba a las pupilas—. Temía que te escandalizaras y cambiaras la percepción que tienes acerca de mí.
Rachell sonrió y le mordisqueó los labios, hasta que los jadeos de placer se le arremolinaron en la garganta y su cuerpo se convirtió en cúmulo de temblores.
—Sé lo jodidamente perdido que estás —le dijo con voz ahogada  y una contracción orgásmica la asaltó sin piedad, esa que precedió a una ráfaga rápida de espasmos que la hicieron perderse en una nube de placer inigualable—. Pero quiero perderme contigo y estoy dispuesta a sufrir las consecuencias —le aseguró con la mirada nublada por el orgasmo que hacia estragos en ella.
Samuel batallaba con su erección mientras se llenaba la vista con su mujer enfundada con el antifaz de mariposa y embelesado disfrutaba de ella con los ojos cerrados y la sonrisa que reflejaba el éxtasis que la mantenía prisionera.
Eran el centro de atención de más de una mirada que disfrutaba de las caricias que cada vez eran más ardientes entre ellos, miradas que disfrutaban con el placer que los colmaba y sin embargo para Samuel y Rachell los fisgones no existían.
La prisión de carnes y sabias liberó a los prisioneros exhaustos y mojados. Samuel se aflojó un poco más la corbata y se la sacó por la cabeza, lanzándola al suelo. Mientras disfrutaba de los pezones erguidos de su mujer vestidos de látex.
Rachell buscó la cremallera que el vestido tenía a un costado y empezó a bajársela, pero al estar sentada no podía quitarse la prenda y se puso de pie a un lado dándole la espalda al público que la admiraba se quedó desnuda y bajó de los zapatos, quedándose descalza sobre el suelo de acrílico que en ese momento era morado.  
Samuel hizo lo mismo y se desvistió tratando de hacerlo lentamente y no dejarse llevar por la ansiedad, hasta que su cuerpo con ese bronceado latino quedó expuesto en medio de la jaula.  
—Está en celo la pantera —dijo Rachell al ver que la erección de Samuel se elevaba imponente y se mordió el labio irresoluta entre si dejarse llevar por sus deseos o reprimir su acciones por el lugar en el que se encontraba. No sabía cuan abiertamente podría mostrarse.
Su mirada escurridiza recorría el cuerpo de Samuel y pasaba de la sonrisa sátira que adornaban los labios masculinos, al pene irreverente.
Él comprendió el pedido que Rachell le hacía con su mirada y le asintió en silencio concediéndole el permiso para que hiciera lo que le diera la gana. Le tendió la mano y  ella correspondió al llamado, al aferrarse al agarré la jaló a su cuerpo y una vez más la besó, todo lo que quiso y todo lo que ella se dejó, porque la boca de Rachell se le escapó dejándole caer besos y pequeñas succiones por el cuello.
 Siguió por su pecho y le arrancó varias exclamaciones de placer cuando se detuvo en las tetillas e hizo derroche con su boca, las succionó, mordió, lamió y siguió regalándole caricias de lengua que intercalaba con besos cortos y húmedos por todo su abdomen.
Rachell se puso de rodillas y elevó la cabeza para mirarlo los ojos, le sonrió y él también lo hizo, además le regaló tiernas caricias en los labios y las mejillas, rozaba con la yema de sus dedos la línea de la mandíbula, perdido en esa sonrisa y mirada de niña sagaz, mientras ella le acariciaba las nalgas.  
Aunque estuviesen enmascarados se reconocían por su forma de mirar y sonreír, se reconocerían aún si no pudiesen mirarse porque ya conocían las caricias, ya los cuerpos reconocían sus manos.
Rachell se relamió los labios y aspiró profundo para llenarse de ese aroma sexual que tenía a un palmo de distancia. Utilizó únicamente los dedos pulgar e índice para sostener la erección y pasó lentamente la punta de la lengua por la pequeña abertura en medio del glande y arrastró el sabor salado que le regaló la gota que lo coronaba.
Samuel se estremeció y ella no le dejaría tregua, bordeó ese cono casi esférico que tanto le gustaba, era suave y esponjoso, así que no le negaría a su lengua el placer de sentir las texturas, surcó en miles de viajes ese pequeño lugar rosáceo que ante sus caricias aumentaba de color.
Se alejó un poco y salivó,  paladeando y distinguiendo el sabor mientras le sonreía y él le limpiaba con uno de los pulgares la mezcla de saliva y savia que se escurría por una de las comisuras. Rachell se pasó la lengua por la comisura que Samuel limpiaba y tanteó el dedo, invitándolo a que le permitiera chupárselo y él comprendió inmediatamente el pedido de su mujer.
Rachell succionó el dedo y al liberarlo regresó al pene, al que le acarició el cuerpo vigoroso y venoso con los labios, los mordisqueó muy suavemente y lo succionó. Lo hizo en varias oportunidades hasta que decidió anclarse en los testículos los que lamió a su gusto y hasta abrió muy grande la boca para poder metérselos.
—Me gusta ver como disfrutas el abono de familia —Samuel gruñó la acepción brasileña que se le daba a los testículos, mientras  se contenía ante el placer. No quería quemar el momento con algún arrebato, quería alargar cada sensación que Rachell le brindaba, vivir ese esmero que ella le estaba prodigando y aunque se le reventara el pecho no iba a apresurar las cosas.
Ella sonriente, regresó al glande, respiró profundo y como la más golosa de las mujeres se lo llevó entero a la boca, lo deslizó varias veces dentro y fuera, hasta que llegó al límite y la arcada no se hizo esperar, pero eso no la detendría en su misión de brindarle placer a su fiscal, ni mucho menos de vivir el placer que ella misma sentía al hacerlo.
—Menina —esa manera de llamarla se le escapó, con el pecho agitado y casi sin aliento le tomó una de las manos y la invitó a ponerse de pie.
La abrazó y empezó a cubrirle el rostro a besos, uno detrás de otro, agradeciéndole por ese maravilloso placer que le regalaba, le besó los labios y pidió permiso con su lengua para invadirla.
Samuel la besaba con ímpetu y le acariciaba las nalgas, mientras ella lo sentía amenazante y  viscoso contra su vientre. Las notas instrumentales del lounge les hacían más íntima la entrega, cada beso, cada caricia y mirada.
—¿Quieres que nos acerquemos más a la reja? —preguntó tanteando las posibilidades, consciente de que entre más cerca de las verjas más estarían a  la vista del público.
Una vez más ella sopesaba las posibilidades y esa noche empezaba a desconocerse cuando le tomó una mano a Samuel y lo guió. Él se mantuvo un paso detrás de ella. Sin soltarle la mano llegaron al límite de la dorada jaula.
—Esta Pantera podría pasar su vida entera encerrada si lo dejan con esta Mariposa revoloteando a su alrededor —le susurró acoplándose al cuerpo de ella.
—Me quedaré surcando tus cielos, invadiré con mis aleteos tu espacio —confesó aferrándose a los barrotes dorados y su derrier iba en busca de esa erección.
Rachell gimió bajito al sentir la suavidad del glande acariciar las puertas de su placer, se anunciaba y ella se derretía ansiosa.
Samuel se apoderó de las nalgas de su mujer y se las acarició y estrujó a su gusto, hasta que sus dedos irrespetuosos buscaron humedad entre los pliegues de Rachell, robándose cada gota e impregnó su glande, lo hizo un par de veces, hasta que considero que entraría sin ninguna dificultad.
Esa sensación de gloria que se le arremolinaba en el pecho, vientre y testículos cada vez que se sumergía en ese cielo que ella tenía entre los muslos amenazaba con hacerle estallar en mil pedazos. La tomó por las caderas, asegurando al hambriento huésped que latía emocionado envuelto en carnes belicosas.
Empezó a moverse lentamente, dentro y fuera, fuera y dentro, muy lento, tan lento que Rachell agonizaba, pero él quería que ella fuese consciente de toda su longitud, de todo lo que era esa parte de su cuerpo que la invadía, que irrumpía una y otra vez.
Se empalmó completamente en ella y le agarró la mandíbula haciéndole volver el rostro para que lo besara de esa manera tan sexual y depravada con que lo hacían una vez que se dejaban llevar por la lujuria y él empezó a aumentar la velocidad del movimiento de sus caderas haciéndolo de abajo hacia arriba. Con uno de sus brazos le cerró el torso para que no se alejara.
—Gracias por este regalo, creo que últimamente me estás consintiendo demasiado —dijo él calentándole los labios con su aliento.
—Gracias a ti por creer en mí y por apoyarme, por servirme de impulso y ser parte de esa plataforma de la cual despegan mis sueños.  Gracias por casi atropellarme Samuel Garnett —le dijo con la mirada fija en las pupilas agrandadas de él, mientras todo su cuerpo temblaba por el delirio al que era sometido.
—Volvería a hacerlo, juro por lo más sagrado que hay en mi vida y que tengo entre mis brazos que volvería a hacerlo —musitó con toda la sinceridad que poseía y el movimiento de su pelvis empezaba a cobrar más intensidad.
Rachell le dio otro beso y volvió la cabeza al frente se aferró con mayor fuerza a los barrotes color oro y Samuel se amarró a las caderas haciendo sus acometidas más  y más rápidas e intensas. Sus senos quedaban al aire moviéndose al ritmo que Samuel marcaba con sus arremetidas. Por un momento su mirada se paseó por las personas que la admiraban, al menos la totalidad del público no se fijaba en ellos, algunos estaban observando como en el cubículo de cristal el hombre le daba sexo oral a la mujer que estaba atada de pies y manos a los cuatro pilares de la cama.
En la pecera la mujer cabalgaba con gran energía y deleite al hombre acostado, admitía que su excitación crecía al ver esas escenas. Sin proponérselo hizo contacto visual con el hombre de la pecera y se sintió incomoda por lo que la desvió rápidamente hacia los espectadores y más de uno se tocaba por encima de la vestimenta.
Samuel sintió el cuerpo de Rachell tensarse un poco y él supuso a que se debía, por lo que salió de ella y le dio la vuelta. La pegó contra la jaula y le tomó una pierna elevándola y dejándola descansar en uno de sus antebrazos, dejándola parada sobre un pie, pero él le sirvió de apoyo en el momento en que  la penetró nuevamente. La besó para que supiera que todo estaba bien, que él estaba ahí con ella, mientras se movía con vigor.
Rachell vivió la experiencia de un nuevo orgasmo y Samuel esperó que se recuperara un poco, para llevársela al diván. Donde se sentó y ella lo hizo de espaldas a él con las piernas abiertas.
Rachell se movió tal como su cuerpo se lo pedía y nunca había experimentado otro orgasmo tan seguido, aturdida y descontrolada lo vivió a plenitud. El corazón se le iba a salir por la boca y eso no le importaba, no le interesaba si moría porque esa sacudida lo valía.
—Así Rach… Menina, vas a enloquecerme, así, muévete así. Eu sou louco por você.
Rachell sonreía y se movía acoplándose al ritmo que él imponía con las manos en sus caderas, adoraba cuando se convertía en ese ser que demandaba por placer. Era un jodido arrogante que no se desdibujaba ni en medio de un orgasmo.
Aún unidos esperaron que las respiraciones se calmaran y aplacaron la sed con champán. Samuel le entregó la capa para que se cubriera el cuerpo.
—Toma —le dijo tendiéndole los slips en color negro—. No quiero que esas mironas se fijen en ti más de la cuenta.
Samuel se colocó la prenda con una sonrisa satírica y se fue a la mesa en busca de algo para reponer energías. Agarró la cesta de frutas e invitó a Rachell a que se sentara en el diván. Él también lo hizo y disfrutaron del aperitivo, mientras conversaban. Hasta que las ganas de tener sexo saltaron al ruedo nuevamente. 


(Disculpen los errores, está sin editar)


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